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Ahora que tanto se habla de indignación, me viene la memoria de la ira. Me llega en estos días –destrozados para tantos que su cuenta se hace innumerable–. Me llega con la rabia que se vende y se compra en los quioscos; con el rastro que deja la adúltera verdad del quehacer humano.
Ahora, que es un antes repetido, un antes con el que no sabemos qué hacer porque, hagamos lo que hagamos, acabará en el mismo odio de cualquier otro futuro...
Ahora, que las almas presumen descubrir lo que de siempre tienen descubierto...
Ahora, que el discurso del hombre se encuentra, una vez más, con la indecente conclusión de su “soberbio silogismo”...
Ahora, que volvemos a pensar que la culpa es de los otros, que el infierno es un demás localizado y evidente; nada que tenga que ver conmigo ni contigo, nada que salpique la cotidiana complicidad de cada cual en el desastre...
Ahora, que la moral vuelve a padecer una epidemia antiquísima y recurrente, una gripe intemporal cuyo síntoma más grave es la convicción de que el derecho es cosa de uno y el deber exigencia de los otros…
Ahora, que somos tan estúpidamente sabios; ahora, que es un hoy coincidente con un largo registro de infinitos ayeres, me viene a la memoria un himno que empieza con los días de la ira y acaba en la humildad de la clemencia.
Mozart lo convirtió en “señales” que retuercen el alma; y el alma, en emoción que aplaude… Y luego olvida.
Ahora, que es un antes repetido, un antes con el que no sabemos qué hacer porque, hagamos lo que hagamos, acabará en el mismo odio de cualquier otro futuro...
Ahora, que las almas presumen descubrir lo que de siempre tienen descubierto...
Ahora, que el discurso del hombre se encuentra, una vez más, con la indecente conclusión de su “soberbio silogismo”...
Ahora, que volvemos a pensar que la culpa es de los otros, que el infierno es un demás localizado y evidente; nada que tenga que ver conmigo ni contigo, nada que salpique la cotidiana complicidad de cada cual en el desastre...
Ahora, que la moral vuelve a padecer una epidemia antiquísima y recurrente, una gripe intemporal cuyo síntoma más grave es la convicción de que el derecho es cosa de uno y el deber exigencia de los otros…
Ahora, que somos tan estúpidamente sabios; ahora, que es un hoy coincidente con un largo registro de infinitos ayeres, me viene a la memoria un himno que empieza con los días de la ira y acaba en la humildad de la clemencia.
Mozart lo convirtió en “señales” que retuercen el alma; y el alma, en emoción que aplaude… Y luego olvida.
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Sartre mantenía que la existencia de los hombres se caracteriza por la nada.
ResponderEliminarSublime esa música.