…el doctor Rieux decidió redactar la narración que aquí termina, por no ser de los que se callan, para testimoniar en favor de los apestados, para dejar por lo menos un recuerdo de la injusticia y de la violencia que les había sido hecha y para decir simplemente algo que se aprende en medio de las plagas: que hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio.
Es un final optimista. Esperanzador, al menos. Aparece en la última página de La peste. Durante nuestro confinamiento pasado circuló por las redes otra cita, falsamente atribuida a Camus y a la misma obra, que decía, precisamente, todo lo contrario: Lo peor de la peste no es que mata los cuerpos, sino que desnuda las almas y ese espectáculo suele ser horroroso. Lo gracioso del caso es que, en aquellos momentos, el texto que debería haber circulado es el que recojo primero; porque entonces, en aquellos días de silencio y melancolía por las calles, había gente, ancianos sobre todo, muriéndose a borbotones en la más amarga de las soledades, a los que se recordaba en los atardeceres con puntuales aplausos, a ellos y a quienes entregaban su vida (literalmente en muchos casos) al trabajo de atenderlos. Lo malo es que el valor de lo espontáneo se convierte en manierismo cuando se envanece, cuando se imagina estupendo, cuando se siente guay. Y eso es lo que ocurrió poquito después: se nubló la espontaneidad y empezaron los chaparrones de buenismo, los altavoces y músicas en los balcones acompañando los aplausos, los insufribles chats de ceras solidarias, los patéticos vídeos de manualidades imbéciles, los empalagosos entusiasmos ante el cinemascope del ombligo propio. Y todo ello alentado con los “institucionales reconocimientos”, artificiosamente emocionados, de las autoridades en las televisiones. Éramos “ejemplares”, un pueblo “extraordinario” que había dado una “lección” al mundo sobre cómo afrontar la dura adversidad de la pandemia. Tanto “jabón”, naturalmente, es demagogia pura que pretende convertir a la víctima de una gestión errática en cómplice involuntario de la misma.
Después vino la caricatura de la normalidad y con ello, claro está, la caricatura de nuestras “excelencias”. Poco a poco, nos fue encajando de modo mucho más adecuado la cita falsa, la del espectáculo horroroso de las almas. Y a pesar de la babosería institucional, lo que empezó a emerger fue la mala educación de un pueblo que sigue sin saber gestionar su libertad. Y esta ignorancia es consecuencia, entre otras cosas, de un sistema educativo lamentable que no acierta a encajar los valores que predica en los géneros de vida que promueve. ¿Puede alguien ser solidario (serlo, no decirlo) si no se refuerzan en él las conductas "por deber" o "de renuncia"? ¿De verdad alguien cree que es posible si el soporte de los actos es sistemáticamente el santo antojo, el “me da la gana”, el “no me apetece”? Ya somos líderes en Europa de ineficacia y de insolidaridad, lo que no es de extrañar en una nave que no se siente nave (pobre “nave de los locos”, pobre España) sino flotilla de diecisiete lanchas. Temporeros alojados en lugares inadecuados, banquetes y celebraciones masivas, botellones multitudinarios; fiestas Pro-Covid en que se toca, tose y escupe en vasos y botellas como gracia propagadora de la enfermedad; quedadas y acampadas exprofeso en playas para extender el virus... No hay más que consultar un diario cualquiera para encontrarse con este conjunto de despropósitos.
…Hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio, decía Camus. Yo creo, sin embargo, que el capital de uno y otra varía según los tipos de hombres. Así, yo siento una profunda admiración por quienes han luchado y siguen luchando contra tanto dolor y tanta tristeza, por quienes se han dejado o perdido la vida en ello y por cuantos desde otros frentes han estado y están en ese duro combate; pero también siento un profundo desprecio por esa corte de imbéciles que, activa o pasivamente, acabará llevándonos al desastre.
Hoy me despedí de mi hija : se acabó el merecido descanso después de tantos días de stres, sufrimiento, impotencia, y angustia.
ResponderEliminarMe subió a la garganta un sollozo que quise disimular apretándola más fuerte contra mí. Cuidate! por favor. Tantas cosas quería decirle y no fui capaz de ninguna! Sólo querría retenerla, que volviera a ser pequeña para poder protegerla y que se quedase a mi lado, pero el tiempo me susurró al oído : ahora es mía.
Los sollozos y las lágrimas han venido después ; ha vuelto mi miedo, mi angustia, mi pena por ella y por todos.
Mientras tanto, Antonio, las noticias de. botellones, celebraciones, fiestas y demás se suceden día tras día. Este es un mundo esquizofrénico que no sabe adónde va.
Gracias por tus palabras y tu admiración hacia todos los que, como mi hija arriesgan continuamente su vida por los demás.
Los aplausos en los balcones deberían desaparecer, sería una forma de respeto salir solo en silencio por todos aquellos que han muerto y por todos aquellos que seguirán muriendo.
Un beso, Antonio
Lo que es este mundo es estúpido. Pero tranquilízate, tu región es de las que mejor está respondiendo.
ResponderEliminarUn beso, Susi, y otro para tu hija con mi sincero agradecimiento. La verdad es que la historia del ser humano siempre ha salido adelante gracias a unos pocos puñados de gente admirable