“Entra
rápidamente Calígula.
CALÍGULA.- Perdonad, pero los asuntos de
Estado son urgentes. (Al Intendente)
Intendente, harás cerrar los graneros públicos. Acabo de firmar el decreto. Lo
encontrarás en la cámara.
EL INTENDENTE.- Pero...
CALÍGULA.- Mañana habrá hambre.
EL INTENDENTE.- Pero el pueblo va a protestar.
CALÍGULA (con
fuerza y precisión).- Digo que habrá hambre mañana. Todo el mundo conoce el
hambre, es una calamidad. Mañana habrá calamidad... y detendré la calamidad
cuando me plazca…”
El fragmento pertenece al Acto II de Calígula, la inolvidable pieza teatral
de Camus. Cayo César, como también se le llamaba, es uno de los emperadores
romanos en que la arbitrariedad del poder alcanza los niveles más inimaginables.
Suetonio, en Vida de los doce césares, hace
una pormenorizada exposición de los actos terribles de este Calígula al que
llama “monstruo”. Previamente, sin embargo, ha referido el mismo historiador las
acciones del Calígula “príncipe” que parecen retratar a un gobernante justo,
preocupado por el bien de su pueblo. En
su insaciable anhelo de popularidad ─ escribe Suetonio─, rehabilitó a los condenados y desterrados…;
se confesó, reconociendo a autores que habían sido prohibidos, personalmente interesado en que se
escribiese con fidelidad la historia; también indemnizó muchos daños causados por incendios e incluso concedió dos veces al pueblo congiarios de
trescientos sestercios por ciudadano (no es lo mismo, naturalmente, pero,
comparando épocas, algo parecido al ingreso mínimo vital). Así mismo se
preocupó por fiestas, espectáculos, juventud… Un mirlo blanco, vamos. Pero, no
hay que engañarse: el príncipe
contenía al monstruo. Los actos de
aquél, en el fondo, no eran más que simple populismo, preclara demagogia cuya verdadero
objetivo era el aplauso, la admiración, la veneración… ¡la adoración! y una vez
alcanzada ésta, el salto al Olimpo. Calígula hablaba con Júpiter de tú a tú
(tampoco hay que extrañarse de estas alucinaciones, en nuestros días los hay
que hablan con pajaritos que encarnan a anteriores mandatarios), llegó incluso
a desafiarlo gritándole “pruébame tu
poder o teme el mío” según nos dice Suetonio.
¿Es ésta la enfermedad del poder? De
momento admitamos que es su adicción y que de distintas formas muchos han
sucumbido a ella. El poder sumo, con obscena impunidad, el que convence a Luis
XIV de que él es el Estado y a Calígula el interlocutor de los dioses; el que
permite decretar la calamidad pública y derogarla cuando plazca. Ése es el
sueño de todos sus enfermos, de todos sus adictos. Son megalómanos y
destructivos porque no consienten nada que se les oponga ni razón que les
contradiga. Con Montesquieu este problema parecía haberse resuelto, pero, sabido
es que cuando hay ley, hay trampa y que son innumerables las argucias de la
enfermedad o la adicción para unificar la triada montesquiana. Si Calígula
hubiera sido posterior a Montesquieu, las habría empleado todas sin pestañear pues,
como nos dice otra vez Suetonio, se vanagloriaba de convertir muy pronto en inútil y despreciable toda la ciencia de los
jurisconsultos, constituyéndose en único árbitro y juez.
Pobre Calígula. A extravíos del espíritu achaca Suetonio todas sus atrocidades. Tales
“extraviados” siguen abundando en nuestros días; unos, más primitivos, son
simples criminales; otros, más sofisticados, son psicópatas de guante blanco
que sin mancharse las manos ensucian y prostituyen la Historia.
Octubre
2020
La verdad, es que simplemente con el reducido diálogo de Calígula con el Intendente, es más que suficiente para constatar el grave trastorno mental, porque aquí, sí que hay tal trastorno, que padece el personaje en cuestión.
ResponderEliminarTu análisis es brillante, y el paralelismo con nuestra época refleja toda la podredumbre y el pánico que produce el estar gobernado por alguien que carece de empatía. El psicópata carece totalmente de ella por supuesto, pero también le ocurre lo mismo al que padece de un trastorno narcisista de la personalidad con connotaciones perversas.
Ni que decir tiene, que ambos son peligrosos para todo aquel que esté en contacto con ellos, y mucho más si están en una posición de poder, sin embargo hay ciertas diferencias que les caracterizan y les definen como únicos. El narcisista es quizás más sofisticado en sus actuaciones y en el fondo su "yo" es un " yo" débil que trata de esconder a toda costa. El psicópata, en cambio, actúa en función de todo aquello que le produce placer. Esto es: Calígula, su falta de empatía le lleva al sadismo. El "otro" utiliza a los demás en su propio beneficio, para inflar un ego que en el fondo está debilitado y es precario.
En cualquier caso, Antonio, ambos producen muchísimo sufrimiento, ya lo sabes, tal cómo has descrito en esta maravillosa entrada.
Un beso.
Como siempre, muy generosa en tus valoraciones. Muchas gracias, Susi. Técnicamente brillante, el análisis que haces de esas dos personalidades; lo que también debo agradecerte porque viene a complementar la entrada. Lo cierto es que, aunque siempre haya sido así, desde el siglo pasado el mundo se ha ido poniendo cada vez más terrible. Quizá por eso últimamente la ciencia está tan interesada en encontrar planetas viables para la vida.
ResponderEliminarUn beso.
P.D.: …aunque… ¡pobres planetas si pueden acoger la vida humana!