¡Que en tan poco
tiempo tal lengua entre cristianos haya!
Lope de Vega
Me llegaba días atrás, por vía de esas enredadas sendas de los smartphones, una nominal candonga que me llenó de dudas gramaticales. Referíase la misma al jugueteo inclusivo con el término votante, que en su triple, y hoy por algunos aplaudida, morfológica flexión penduleaba de votantes a votantas y de votantas a votontos. Con independencia de que en el último caso se ejerciese cierto forzamiento en el lexema a fin de hacerlo chistoso, despertome la angustiosa incertidumbre de cómo se habría de aplicar en la nueva gramática la concordancia de género en palabras comunes al respecto (tan justamente denostadas, por cierto, debido a la heterocontaminación despreciable y patriarcal de nuestra Historia). Pensaba yo si a los cantantes habría de referirse uno añadiendo cantantas y cantontos, aunque más justo me parecía, para obviar el forzamiento chistoso antes dicho, emplear cantantos que, aun sonando igual de tonto, al menos no insulta a quien al canto se dedica. Y así dudaba yo frente a un largo etcétera de palabras con género común: artista, artisto, artiste; policía, policío, policíe; amante, amanta, amanto… Un sinvivir, vamos, que se me iba convirtiendo en urgencia de aclaraciones a fin de saber hablar y escribir según la inclusiva rectitud que la igualdad demanda.
Días después de los días atrás del anterior párrafo, tuve la inmensa fortuna de poner la tele en el momento preciso en que una ministra nuestra ‒de inteligencia y cultura repetidamente demostradas‒ hacía una brillante exposición usando la deliciosa verbosidad de hogaño. Para mí, lo confieso con humildad sincera, ello supuso una didáctica iluminación porque en un pispás disolvió la oscuridad de todas mis incertidumbres. El todos-todas-todes, el hijos-hijas-hijes, el vosotros-vosotras-vosotres eran cuestiones que tenía yo bastante controladas, cuando, de pronto, como un relámpago de abrumadora lucidez para mi gramatical ignorancia, se refirió en su discurso, con delicada cadencia, a “los demócratas” (término que, como todos sabemos, es de género común). Y mientras yo aguardaba un desconcertante “demócratos” y un desolador “demócrates”, apareció la genialidad de la navaja de Ockham, el principio de economía que exige no repetir los entes sin necesidad, lo que Newton consagró como la preferencia elegante de la sencillez sobre el ordinario absurdo de la complejidad. Y así, nuestra ministra ‒de inteligencia y cultura repetidamente demostradas‒ dijo: “los demócratas, las demócratas, les demócratas...” Los, las, les... Fácil, ¿verdad? Nada de introducir flexiones morfológicas anómalas en palabras que ninguna tenían. Bastaba con precederlas de ese raro determinante le-les junto a los de toda la vida. Lo que no me quedó claro es por qué esta hermosa regla de nuestra ministra ‒de inteligencia y cultura repetidamente demostradas‒ no la aplicaban otras correligionarias suyas al caso de jóvenes y jóvenas, que suelen articular de esta guisa con gramatical descaro. No sé, a lo mejor se trata de una excepción que confirme la regla. En todo caso, lo que parece urgente es que, amén de sus leyes, redacten una nueva gramática para esta neolengua suya; algo así como el Apéndice de 1984 (terrible por cierto que esta novela pueda prestar servicio al símil con nuestra verbal circunstancia). Sin duda, somos multitud quienes queremos hallar la publicación de aquélla en nuestras librerías. Somos legión, de verdad, quienes ansiamos desintoxicarnos de toda la miseria que han provocado en nuestros corazones las antiguas y repugnantes palabras. Porque, como también suele repetir esa ministra nuestra ‒de inteligencia y cultura repetidamente demostradas‒, rememorando tal vez al siempre socorrido Wittgenstein, lo que no se nombra no existe…
De pronto, no sé por qué, he sentido la inconsciente y rabiosa necesidad de nombrar gilipollas a un racimo de imbéciles que en nuestra circunstancia pululan. Y me ha conmovido una nueva y angustiosa duda: ¿tendré la culpa yo por nombrarlos de que en realidad existan?
29 junio 2021
Me he reído un rato contigo. Pareces gallego ¡caray! ¡Que ironía fina te gastas.! ¡Ni la retranca de un buen gallego! O gallega o gallegue. Ja ja,ja.
ResponderEliminarMira qué problema se le podría plantear a la infanta Leonor si su hermana Sofía decidiera cambiarse de sexo.
En fin, Antonio, sigue escribiendo que la actualidad da para mucho.
Un beso
Pues mira, si ha servido para que te rías, en buen hora haya sido escrito.
ResponderEliminarY sí, la realidad actual da para mucho... desencanto y no poca desesperación. Por eso, no es, ni mucho menos, plato de buen gusto escribir sobre ella. Pero a veces la presión sobre el alma es tan grande que no queda otro remedio.
Gracias por tu visita y un beso.