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La memoria: del rosa al amarillo

 


He leído últimamente varios artículos sobre el deterioro de la memoria en personas mayores y me ha llamado la atención una generalizada coincidencia entre los especialistas sobre las aconsejables prácticas que impiden o retrasan aquél. Yo lo resumiría  señalando que el olvido parece ser hijo de la dejadez. Lo que, en realidad,  podría decirse igualmente de casi todos los achaques de la edad. El caso es que la mejor forma de combatir la desmemoria es, según los expertos, cultivar la memoria. Recomiendan, incluso, hacer ordenados ejercicios con ella: recordar fechas de acontecimientos históricos, recordar los números de teléfono de familiares y amigos, abandonar la dependencia de los móviles u ordenadores… Aprender, vamos, como siempre. Porque lo cierto es que tanto aparato en nuestra circunstancia tiene ese lado oscuro que es el adocenamiento de nuestra actividad intelectual. Se insiste mucho en que para mantenerse ágil hay que hacer ejercicio físico; pues lo mismo, para no volverse geranio mental demasiado pronto.


La verdad es que esta entrada llevaba en la intención cierto veneno. Yo no pretendía hablar de las acertadas indicaciones para combatir la paulatina tristeza del olvido con la edad. Lo que yo quería, una vez más, era arremeter contra la miseria pedagógica de las leyes educativas que han flagelado nuestra inteligencia de modo implacable. En particular, de esta basura última que parece haber surgido de la nefasta pretensión de convertirse en la peor de las leyes posibles. Y lo digo porque deforma, cuando no destruye, todo lo que puede hacer del alumno una persona culta, satisfecha de sí, crítica y autónoma; con recursos, contenidos y argumentos para pensar y elegir libremente. ¿Se puede conseguir algún perfil parecido a éste si se ridiculiza el esfuerzo, se catequiza el pensamiento, se banalizan los contenidos del aprendizaje, se amputa y confunde la Historia y se menosprecia la memoria? 


La memoria... He leído verdaderas majaderías al respecto de quienes han intentado defender este despropósito en que se ha convertido el pensamiento mal llamado progresista. Por ejemplo, un profesor universitario, prestigioso y, por interesada circunstancia política, ministro al uso de lo que últimamente se lleva, no tuvo el mínimo pudor en declarar una sandez de este calibre: "Por mi experiencia de décadas de enseñante, yo creo que el componente memorístico de la educación tiene cada vez menos sentido, entre otras cosas porque la información está toda en Internet". Aunque carezco de razón y personal interés para de su nombre acordarme, creo que es derecho de las palabras acogerse a las autoridades que las enuncian. Sépase pues que quien así hablaba es don Manuel Castells Oliván.


En primer lugar, a mí lo de la “experiencia de décadas de enseñante” no me impresiona lo más mínimo. Yo he cumplido cuatro de esas décadas -más un lustro con propina de un año- en tan maravillosa actividad. A pocas zancadas me he quedado de las bodas de oro. Me considero, pues, igualmente autorizado para asegurar que “por mi experiencia de décadas de enseñante, yo creo que la memoria (“memoria” es más correcto y adecuado que la cursilada esa de “componente memorístico”) tiene en la educación cada vez más sentido, entre otras cosas porque la “deformación” tiene patente de corso en Internet y es una temeridad abandonar en las redes las alforjas del aprendizaje”. Dicho de otra forma, la memoria, en una educación pública, seria y honradamente considerada, debería gozar cada vez de mayor consideración, respeto y cultivo; porque ¿cómo podríamos decir que pretendemos formar ciudadanos libres y críticos si sus cerebros sólo son funcionales al amparo "informativo" de Internet? Es curioso que los métodos que se recomiendan para no perder la memoria a quienes ya la poseían, se nieguen a cuantos andan en necesidad vital de configurarla.


Por desgracia soy consciente de que esta voz no se da en el desierto, sino en la nada; de que no va a ocurrir su esperanza, sino su desencanto; de que el futuro no avanzará del esfuerzo y sacrificio a la grandeza, sino de la confortable vagancia al estúpido hedonismo.


Y, por desgracia, sé que va a ser así. Sé que tengo razón. Sé que hemos perdido el olfato de la verdad… Y, lo que es peor, el deseo de alcanzarla.





16 ago 2022


Comentarios

  1. El tal Manolito Castell y su afirmación me recuerda a cierto personaje de Mafalda famoso por sus aseveraciones disparatadas. La diferencia: Castell ha estado en el Consejo de Ministros. Seguramente para recordar sus "décadas de experiencia" ha recurrido a Internet donde posiblemente no aparezca que nacido en Hellín se transforma en un reivindicativo nacionalista o lo que es lo mismo, alguien que pretende cambiar la historia, y deformar la realidad para su proyecto pequeñín y aldeano para el cual sobra la memoria y todo lo demás.
    Por lo demás, mis felicitaciones por la entrada. Siempre acertado, nunca escuchado por quienes se pavonean por el salón de los pasos perdidos inmersos en un estruendoso ruido de cascos.

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  2. Acertadísimo paralelismo con el personaje de Quino, amigo Félix. Se ha deteriorado mucho últimamente la clase política. Hay algo así como cierto enanismo mental de lo más preocupante... Y muchas pequeñas visceras aferradas a los calzones del poder que están pudriendo la esperanza y apestando el aire.
    Muchas gracias por acompañarme en mi “insensata sensatez”. Tú mejor que yo conoces la soledad que puede sentirse en esos salones. La mía, casi ermitaña, siempre fue más cómoda.
    Un fuerte abrazo

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