Este texto duerme en los subterráneos de lo que ahora escribo; al cabo, tal es el destino de las palabras de un blog. Son como la vida: una fugaz estancia en los signos y el sonido, y un interminable descanso en el olvido y el silencio. Yo, a veces, las devuelvo al aire para que respiren de nuevo y sueñen su resurrección. No es mal día --ni mal mes-- éste para las que aquí recupero.
Entra un sol de atardecer cercano por la ventana izquierda del despacho. Me lo devuelve el suelo, brillante, recién fregado, al dolor de los ojos. Me inquieta la mirada. No sé por qué me viene a la memoria “El caballero, la muerte y el diablo”. No veo relación alguna entre este vacío, cotidiano y ahora luminoso, y el grabado de Durero. También me viene Sciascia, también esa pequeña historia y terminal maravilla suya: “El caballero y la muerte”. Es un rebote, como el de la luz hiriente, del sol al suelo, del suelo a mi daño. Ese “Vice”, no “Jefe”, sino “Vice”, fumador irreversible y con cáncer irremediable, que no muere de un diagnóstico sino de una consecuencia de la voluntad, es un arquetipo, un ejemplar extinto, para el que su acción, su quehacer, siempre es empresa, obligación que cumplir, tarea que culminar. Un ejemplar de los que piensan, de los que pensaban, que un minuto más de vida merece la pena si aún queda algo por hacer, lo que sea; porque el diablo, su negro poder, es el ocio: ¡esa obsesión por la pereza institucionalizada! ¿Impopular? Por supuesto. Y afortunadamente: nada me deprimiría más que decir algo “popular”. Hoy por hoy, el peso de la verdad se determina en proporciones inversas a la cantidad de sus defensores. Aunque, quizá siempre ha sido así, por eso la Historia es un error creciente.
Más que nunca se necesita al caballero, más que nunca a ese “Vice”, más que nunca a don Quijote (ya doblaba Sciascia la debida obligación de su lectura)... A veces hasta para inventar el amor, tan maltratado y comercial, tan circunstancial, tan egoísta… Y saber que la muerte esta ahí, como condición de todo, como posibilidad de todo, sobre su caballo viejo y cansado, como apoyando al diablo, como diciendo al caballero: “tu brioso corcel será nada, tu valor será nada, tu sueño será nada… Detén la voluntad que nada es su horizonte”. Y seguir, a pesar de todo.
Hay que tener madera de grandeza para cabalgar con la mirada indiferente del caballero tal vez en una luz que no podemos ver, pero nos hiere; que no alcanzamos a imaginar, pero nos hiere; que no podemos evitar… porque nos hiere. ¿Masoquismo? ¡Qué vulgaridad! Nunca entenderemos que la voluntad, aunque nos mate, es la única provincia del hombre que limita con Dios.
Hay grandeza en no darse por vencido. Grandeza y dignidad, dos cualidades que escasean en nuestro tiempo pero que dan la medida de lo que uno verdaderamente es. Un texto muy inspirador.
ResponderEliminarGracias por tu visita y tus palabras. Cierto que grandeza y dignidad escasean o, lo que es peor, en ocasiones hasta parece que se las menosprecia. Son tiempos de almas enanas.
ResponderEliminarUn saludo
Ah! El caballero,! Mi caballero!. Siempre vuelve y siempre volverá por mucho que le acosen en el camino monstruos, demonios, infiernos y tentaciones. Su mirada se eleva por encima de todos ellos. Es inalcanzable.
ResponderEliminarUn beso de buenas noches.
Este caballero, Susi, no es inactual. Este caballero no existe, ni nunca ha existido, ni jamás existirá. Este caballero es pura voluntad ontológica: siempre quiso ser, pero nunca le dejamos.
EliminarGracias por venir y un beso.