Creo haber recogido alguna vez este interrogante con que abre Heidegger el Capítulo I de su "Introducción a la Metafísica": ¿Por qué es en general el ser y no más bien la nada? Durante siglos fue la pregunta fundamental de la filosofía. Últimamente no; últimamente la filosofía parece haberse desmoralizado ante la ausencia de respuestas incontestables y acomplejado frente a la estelar eficacia de las de la ciencia empírica. Lo que no deja de ser una cobardía y una renuncia imperdonables porque, en realidad, lo característico de tan antiguo saber siempre fueron las preguntas sin respuesta. Decía Ortega, nuestro Ortega, que a nadie quita la sed saber que no podrá beber. Tal era la naturaleza de la filosofía: una pregunta que sabía que nunca llegaría a responderse.
La foto que encabeza esta entrada parece una metáfora cósmica de lo que escribo. Los cielos siempre han estado llenos de metáforas de nuestra palabra, de nuestras razones. La antigüedad los pobló de héroes y seres portentosos; nuestro tiempo, de fuerzas y ecuaciones matemáticas. Ese signo azaroso que no ha escrito nadie parece lamentar, en su lejana soledad cósmica, el abandono de este saber que tan poco sabe y tanto inquiere. El cosmos es pregunta. Todo en él es un grandioso deseo de saberse, un proyecto de conocimiento ilimitado; y nosotros, nosotros somos el órgano de su necesidad insaciable y la fuente de su imposible saciedad. El principio antrópico de cosmología en su versión final afirma que los parámetros del universo tienen que ser tales que permitan en algún momento la existencia de un modo de procesamiento inteligente. Dicho de otra forma, la inteligencia está “prevista” en la evolución de este universo, todo el cosmos apunta a un ente cuya tarea es descubrirlo, conocerlo, procesarlo. Al cabo, no es más que la totalidad del ser indagándose a sí mismo por medio de sí mismo. Pero la filosofía hoy, como el sabio “pobre y mísero” de la décima calderoniana, arroja las hierbas que no le agradan. ¿Camina alguien tras de aquélla que las vaya recogiendo? No lo sé, pero entristece esa imagen solitaria, probable capricho en perspectiva de una colisión de galaxias, convertida ante el ojo del Webb en la metáfora iluminada de una inquietud sin respuesta, de una pregunta sin esperanza.
21 agosto 2023
Tú crees, Antonio, que la gente ya se no se pregunta nada? Que la filosofía se ha cansado de no tener respuestas a las preguntas del hombre? Esas que han hecho avanzar a la humanidad a lo largo de los siglos?
ResponderEliminarSiempre habrá en algún lugar, alguien mirando hacia el cielo haciendose preguntas, porque si así no fuera, moriría la esperanza y con ella nosotros.
Un beso
No, Susi; naturalmente no creo tal cosa ni es a ello a lo que me refiero. Hay un filosofar espontáneo, inseparable de nuestra condición racional, que nada tiene que ver con la filosofía de que aquí hablo. Kant distinguió entre una filosofía en sentido mundano y otra en sentido académico. Son los derroteros de esta segunda los que lamento; es ella la que ha abandonado las grandes preguntas por considerarlas pura retórica de sinsentidos.
EliminarUn beso y gracias por tu compañía.
A nadie quita la sed saber que no podrá beber. Gran verdad. La sed de conocimiento, a la que han dedicado su vida los mejores ejemplares que ha dado la humanidad. Es cierto que está de moda la estulticia, que vivimos tiempos inciertos, convulsos, pero también que mientras existan hombres en el pleno sentido del término, y en eso convengo con Susi, siempre habrá alguien que se esforzará por comprender el sentido último del ser. Un saludo.
ResponderEliminarGracias por dedicar unas palabras a este texto, palabras de las que, por otra parte, no disiento, claro está. Como ya he dicho en la respuesta a Susi, yo me refiero a la filosofía como tronco del saber fundamental que fue durante siglos y Nietzsche cortó con el hacha de su nihilismo.
EliminarUn saludo.