Si hay algo que no se echa en falta últimamente en las asambleas políticas es la escandalosa incapacidad para argumentar de sus componentes. Resulta sorprendente, pero así es. Y digo sorprendente porque lo es el hecho de que quienes se acomodan donde tan bien se acomodan para dirigir lo que tan mal dirigen han trepado a esas alturas por los peldaños de los ciudadanos y sus votos. Lo que antaño se esperaba para hacerse merecedor de tan respetables destinos eran las brillantes retóricas, los argumentos convincentes y los objetivos claros, justos y estables. Parece que nada de esto es ya preciso; basta presenciar cualquier debate entre sus señorías para olfatear lo contrario, algo así como un tufo cutre de taberna portuaria. Insultos, gritos, proliferación de epítetos exitosos ─como facha (el que más), machista, racista, etc.─ cuya articulación es suficiente para descalificar el razonamiento más incontestable. Algunos apasionados emisores de esta basura semántica insisten luego en la misma desde la asquerosidad tecnológica de las redes. Es como si les pareciera poco el daño que hacen a la sociedad en los foros habituales de su oficio y necesitaran una dosis adicional de mala educación para dormir sin “mono” que los perturbe. Lo cierto es que su ejemplo se extiende cada vez más provocando el crecimiento paralelo de las más soeces y agresivas actitudes en el cuerpo social. Y es que en la sociedad de nuestros días, no sólo educan los “educadores”, también lo hacen ─y con más éxito probablemente─ todos los ciudadanos que, por las razones que sean, gozan de un escenario de privilegiada influencia. Los políticos sin duda lo tienen.
Hoy he leído una frase “estelar” en un diario. Se trata de la ineducada respuesta de un ministro (que dice mucho de quien la dice) a la Presidenta de la Comunidad de Madrid por una afirmación, publicada en X, sobre la aprobación de la Ley de Amnistía. Calificaba este hecho como “execrable para la democracia”, lo que por otra parte coincide con la opinión de más de la mitad de los ciudadanos de este país e incluso con la del ministro y su Gobierno, antes, eso sí, del 23 de julio. Pues bien, nuestro ministro, con la elegancia de un intelectual del Prechelense, ha escrito: “Execrable es lo del testaferro con derecho a roce Isabel. Dimite”. Aparte de la ausencia de la coma requerida después de “roce” para aclarar el vocativo ─lo que es una falta de ortografía─, la frase es todo un modelo de la incapacidad de argumentar a que me refería al principio. No hay ninguna palabra que aclare por qué rechaza la afirmación referida ni ningún razonamiento que la invalide. Lo único que se le ocurre es coger el mismo calificativo y desplazarlo a la persona. En Lógica a esto se le llama “falacia ad hominem”, un recurso tramposo y cobarde empleado por los que se han quedado sin argumentos y sólo aspiran a desacreditar al otro. Es decir, este señor no sabe o no tiene nada que decir y, por lo tanto, el que debiera dimitir es él. Bueno, en realidad sí sabe algo: sabe insultar. No muy bien, desde luego, porque es vulgar y zafio, pero lo hace con cierta, aunque pobre, soltura. Tal vez sea esto lo que ahora más alto cotiza en la casta, lo ignoro pero pudiera ser. No obstante, debe tener cuidado porque eso de introducir sin justificación lógica el “derecho a roce” como parte de su no-argumento parece surgir del pensamiento rijoso de una frustración sexual, frustración que mal acabar suele en mancebías. Así que, según soplan los vientos, que se ande con ojo porque lo pueden largar de su partido en cuanto incurra en tan impopulares costumbres.
Marzo 2024
Hace ya bastante tiempo que, en general, no argumentan nada sus "Señorías" y estoy contigo que en cuanto alguien no sabe argumentar, y esto se debe, a que no sabe que decir, grita, vocifera e insulta.
ResponderEliminarMe aburren enormemente y me parecen extremadamente peligrosos.
Un beso, Antonio.
Gracias siempre, Susi. Aburren y son peligrosos, es verdad. Pero son muchas más cosas. Por ejemplo, mienten, esto es, son mentirosos; embaucan, o sea, son embacaudores; traicionan, es decir, son traidores, etc. etc. Lo peor es que están destruyendo un país que había encontrado, tras un esfuerzo ímprobo e históricamente dramático, la reconciliación y la esperanza.
EliminarUn beso
Muy buen análisis. Desgraciadamente todo lo que en él se dice es la purísima verdad. Lo que llama la atención es que los ciudadanos, ante tamañas bajezas y faltas de la más elemental educación, no reaccionen con una indignacion mayor. Es triste ver en lo que se ha convertido el debate político en España, que llamariamos esperpéntico si con eso no mancháramos la memoria del insigne Valle Inclán. Y como quien educa, en última instancia, es la polis, qué podemos esperar de una ciudadanía que asiste diariamente a un espectáculo tan poco edificante. En fin, confiemos en que este periodo tan oscuro de nuestra historia reciente acabe por pasar. Un saludo.
ResponderEliminarNo sé si mi análisis es bueno; tal vez, tu muy acertado comentario hace que lo parezca. Ciertamente el espectáculo es esperpéntico porque han conseguido que la imagen de la sociedad española sea deforme y monstruosa, como en los espejos del callejón del Gato. Han proyectado su mala... educación sobre todos hasta conseguir ciudadanos crispados con extremadas rarezas, con palabrería enferma. Y cuando las palabras enferman, el pensamiento muere. Al cabo, regresa la arquitectura más primitiva del comportamiento. La animalidad.
EliminarGracias por tu comentario y un saludo.
Querido Antonio: No sabes cuan me gustaría contradecirte. Esto sería debatir. Sin embargo, para los que desgastan sus herraduras camino del escaño, es impensable. Por cierto, les pagamos todos. Algo no funciona. Un abrazo.
ResponderEliminarPor tu principio, entiendo que debemos de conocernos. Gracias por tu comentario. Es cierto lo que dices, y dolorosa la conclusión: pagamos algo que no funciona, una realidad distorsionada y confusa.
EliminarUn abrazo.