No tengo ganas ya de filosofías de andar por casa ni de lamentos de cuarto de estar al amparo de la nostalgia. No tengo ganas de buscarle tres pies al alma; lo que, además, es una idiotez porque desde Platón sabemos que lo que tienen las almas son alas y no pies. Por no tener, no tengo ganas ni de no tener ganas. Así que el resto de este apunte sobra. Porque voy a empezar a decir tonterías. De hecho, ya he empezado.
Por ejemplo: me preocupa la cara de escepticismo que se le pone al espejo por las mañanas cuando me afeito. Como sigamos así, voy a dejar de afeitarme. Los interlocutores de azogue no tienen derechos de propiedad sobre las autoflagelaciones de uno; nada se ha publicado al respecto, lo que, en tiempos tan proclives al reconocimiento de aquéllos, me autoriza legalmente a afeitarme de espaldas; incluso a no hacerlo.
Por ejemplo: el ejemplo anterior nada tiene que ver con aquello que yo veo en el espejo. Lo que me inquieta es aquello que ve el que me ve; el otro, el de enfrente, ese pozo de múltiplos de uno que ha empezado a saltarse las formas, que ahora va por los fondos, que, a este paso, sabe Dios hasta dónde quiere llegarme.
Por ejemplo: el ejemplo segundo, que cita el ejemplo primero, se refiere a lagunas oscuras que llevo en el alma, que no sé qué hacer con ellas, que me crecen, a veces, hasta el nivel de los párpados inferiores, que se quedan brillando en tristeza un instante, que en ocasiones rebasan su límite…
Me escuecen los ojos. Seguro que es alguna alergia. Ya está bien de tonterías.
La Sonata de otoño de Valle (así lo citan los eruditos, no quiero que se note que no lo soy) acaba con cartesiana melancolía:
…¿Volvería a encontrar otra pálida princesa, de tristes ojos encantados, que me admirase siempre magnífico? Ante esta duda lloré. ¡Lloré como un Dios antiguo al extinguirse su culto!
Me preocupa por qué se le ha puesto esa cara al espejo.
ResponderEliminarMiralo bien, Antonio, es nuestro mejor amigo porque hemos crecido juntos. Ha estado con nosotros en lo bueno y en lo malo. Nos ha visto crecer... No siempre está de acuerdo con lo que hacemos o decidimos , pero él es el que conoce las respuestas que buscamos. Están ahí, !mirale con atención,! obsérvale, tómate tu tiempo y por supuesto no le des la espalda mientras te afeitas.
Las alergias del alma son dolorosas, pero tienen solución.
Un buen amigo siempre está contigo aunque no te guste lo que tenga que decirte, siempre te dirá la verdad...
Preciosa entrada.
Un beso
Gracias, Susi, por tus palabras. No siempre los espejos son tan amables; y ya que citaba a Valle Inclán, los del Callejón del Gato son buen ejemplo de ello. El mío se parece más a estos últimos porque guarda y refleja los sueños deformados de la vida.
EliminarUn beso
Luz de tarde
ResponderEliminarMe da pena pensar que algún día querré ver de nuevo
este espacio,
tornar a este instante.
Me da pena soñarme rompiendo mis alas
contra muros que se alzan e impiden que pueda volver a encontrarme.
Estas ramas en flor que palpitan y rompen alegres
la apariencia tranquila del aire,
esa olas que mojan mis pies de crujiente hermosura,
el muchacho que guarda en su frente la luz de la tarde,
ese blanco pañuelo caído tal vez de unas manos,
cuando ya no esperaban que un beso de amor las rozase...
Me da pena mirar estas cosas, querer estas cosas,
guardar estas cosas. Me da pena soñarme volviendo a buscarlas, volviendo a buscarme
poblando otra tarde como esta de ramas que guarde mi alma,
aprendiendo en mi mismo que un sueño no puede volver otra vez a soñarse...
( De Alegría, 1947)
José Hierro
Un beso
Gracias. Es un bello poema; y José Hierro, demasiado grande para el pequeño rincón de mi espejo.
EliminarA mí, esta reflexión sobre la imagen que nos devuelve el espejo me resulta muy sugerente. Me viene a la mente el tan traído problema del doble, que es y a un mismo tiempo no es lo que pretende. Puestas así las cosas, podemos concluir que desde la superficie del espejo de marras, siempre es algún otro el que nos observa. Pero basta de abstrusas especulaciones ontologicas, que a estas horas me dan una pereza horrible,. Lo cierto es que lo único a lo que yo aspiro, cuando por descuido me veo en un espejo, es a encontrar en el fondo de los cansados ojos que el espejo me devuelve, esa pálida princesa, esa curiosidad infinita que tal vez sea el reflejo, el doble, de un alma que si es la mía.
ResponderEliminarMe parece espléndida esa aspiración. Aunque también puede ser peligrosa; no se debe olvidar lo que le sucedió a Narciso.
EliminarGracias, una vez más, por dedicarle tiempo a estos tropezones literarios míos.
Un saludo