Hay demasiadas respuestas. Demasiadas. Para las cosas, para su gente, para los hombres, para sus nortes… Hay inflación de respuestas –desmesuradas, excesivas–. Por aquí, por allá, por doquier… Por donde sea siempre hay alguien amartillando una argucia para matar una pregunta. Y enterrarla después… O incinerarla y esparcir sus cenizas bajo el silencio y la noche.
Tengo que visitar el cementerio de las preguntas y dejar una rosa a los pies de su memoria; una rosa de ésas que confunde la tierra y cree nacer en mayo mientras ocurre noviembre. Tengo que murmurar una oración sin nadie para que no se me mueran del todo las preguntas; o se me diluyan en precarias respuestas que no son las que ellas se merecen.
Porque una pregunta siempre cree en un sueño, como el mayo que no es y confunde a la rosa.
La respuesta, sin embargo, no es más que la niebla fría que sucede en noviembre.
Recuperado de noviembre de 2010
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