Hay demasiadas respuestas. Demasiadas. Para las cosas, para su gente, para los hombres, para sus nortes… Hay inflación de respuestas –desmesuradas, excesivas–. Por aquí, por allá, por doquier… Por donde sea siempre hay alguien amartillando una argucia para matar una pregunta. Y enterrarla después… O incinerarla y esparcir sus cenizas bajo el silencio y la noche.
Tengo que visitar el cementerio de las preguntas y dejar una rosa a los pies de su memoria; una rosa de ésas que confunde la tierra y cree nacer en mayo mientras ocurre noviembre. Tengo que murmurar una oración sin nadie para que no se me mueran del todo las preguntas; o se me diluyan en precarias respuestas que no son las que ellas se merecen.
Porque una pregunta siempre cree en un sueño, como el mayo que no es y confunde a la rosa.
La respuesta, sin embargo, no es más que la niebla fría que sucede en noviembre.
Recuperado de noviembre de 2010
Antonio, la causa de la muerte de nuestras queridas preguntas ya la conocemos. Esas están bien enterradas. No sé si muchas más rosas van honrar su memoria. Ojalá tu rosa sea un ejemplo para que otros vayan sumándose a la tuya. Lo deseo con todas mis fuerzas.
ResponderEliminarSi a las preguntas las han enterrado, qué me dices de las respuestas.. Embarradas en un lodo fétido, maloliente y asqueroso.
Pobres preguntas deseosas de respuestas que no llegan.
Es todo tan desmoralizador. Sin embargo a la gente, parece, en gran medida, no importarle nada en absoluto.
Siento una repugnancia extrema.
Un beso.
Gracias, Susi. Cuando escribí este breve lamento, pensaba que la filosofía era algo así como el coraje de la razón ante las preguntas sin respuesta. Éstas eran el sentido de su empeño, la justificación de su arrojo ante una empresa, tal vez, inalcanzable. Pero la razón se volvió cobarde y eligió las respuestas sin pregunta, es decir, la vulgaridad frente la grandeza. La razón de hoy en día es insoportablemente vulgar. No me extraña tu repugnancia.
EliminarUn beso
No me parece a mí que haya que culpar a la razón. Más bien es la sinrazón la que domina el panorama político y social en estos aciagos tiempos. Pero tampoco es una novedad. En todas las épocas, bien lo sabía Diógenes el cínico, hombres capaces de razonar y de conducir su vida de acuerdo con unos principios, ha habido pocos. La mayoría de los hombres son malos, los buenos son pocos - Heraclito dixit hace ya bastante tiempo. Así que no vale la pena amargarse. Al fin y al cabo, en última instancia, sólo podemos mejorarnos a nosotros mismos, y procurar no estropear todavía mas el mundo. Un saludo a estas altas horas de la noche.
ResponderEliminarGracias desde estas horas de tarde ya vencida. Como siempre, aprecio tus palabras y el complemento sociopolítico de su consideración. Yo, insisto, sólo lamento el abandono de las preguntas sin respuesta, la demolición de la metafísica de cuyos escombros, en mi opinión, tanta vulgaridad racional ha surgido.
ResponderEliminarUn saludo.