No quiero escribir (de hecho no voy a hacerlo). Esto no es más que la recuperación nostálgica de unas pobres soleares que, como más abajo puede verse, han cumplido ya más de tres lustros. Si hoy escribiera, sería incapaz de centrarme en tan amables galanterías. No están los palabras para ternuras tales. Las palabras de hoy son palabras de ira, de soberbia, de rabia, de mezquindad, de mentiras. Las palabras de hoy llagan la boca al decirse. Por eso no quiero escribirlas, aunque no importe a nadie que lo haga o deje de hacerlo. Han podrido mi tierra y mi alma, aunque a nadie le importe lo que fueran mi alma y mi tierra. No quiero escribir (de hecho no voy a hacerlo). Pero aún sigo vivo, aún sigo velando el sueño de amables y viejas palabras en la imaginaria de mis noches. Cada vez que te sonríes, mira tú lo que me pasa: se mueren las ganas tristes; ganas que son de no hacer las cosas como Dios manda ni de quererme querer. Corona tu risa al día para que no se me en
Deberíamos disponer todos de una pequeña puerta en el alma por la que poder escapar, de vez en cuando, de nosotros mismos. Hace algunos años, ante mi confesada debilidad por el platonismo , un alumno me pregunt ó con cierta sorna que si yo creía eso de que el alma abandonaba el cuerpo para irse a contemplar las ideas. Con una sonrisa le respond í que no era eso exactamente. Y no lo es, desde luego. Lo que, sin embargo, muchas veces lamentamos, mientras estamos vivos, es no poder darnos unas vacaciones de este prometeico yo que nos define; poder holgar de nosotros sin nosotros; despojarnos de la preocupación, del compromiso, del dolor, del supremo esfuerzo que tenemos que hacer para levantarnos el alma cada día y seguir sonriendo como si tal cosa. Dios me libre de psicólogos, psiquiatras y demás psicoloquesea . Si alguno se cruzara por estos apuntes, diría que esa puerta se llama enajenación y que cuanto digo son síntomas de un estado predepresivo (¡o presic ótico! ) de preocupante