El coleccionista de olvidos es un tipo psicológico extraño. He leído cosas acerca de las conductas acumuladoras, de su relación con trastornos obsesivo-compulsivos; he leído sobre el indebidamente llamado síndrome de Diógenes… Pero no es eso. La única coincidencia con aquellas “rarezas” es que no tira nada a la basura. El coleccionista de olvidos no depende de sus olvidos, no los oculta, no los exhibe, no los contempla para descubrir certidumbres posesivas o desalojar infantiles temores. Su enfermedad es animista y primitiva. No se desprende de nada porque para él todo está lleno de almas, de tiempos irrecuperables, de sugerencias indefinibles, de inefables reencuentros.
El coleccionista de olvidos es un inadaptado. Un ser marginal, un chatarrero del alma incapaz de relacionarse con la sociedad kleenex o, por mejor decir, con la prometedora economía del usar-tirar-reciclar. No es peligroso, como consecuencia de la imposibilidad de su contagio. De no haber sido así, la supervivencia del siglo dependería de su inmediato internamiento. Por fortuna, lo único que provoca es un comprensible rechazo en su más cercana circunstancia, que observa con horror la proliferación incremental de un montón de cosas o papeles que no sirven para nada.
El coleccionista de olvidos es un idiota, como yo, que padece la fobia de la labilidad del ser y se rebela contra la humana inconsistencia de éste.
Qué imagen tan arrolladora y dura. No sé por qué, pero de nuevo me recuerda al Soares de Pessoa...
ResponderEliminarEl tumulto en un alma sensible sólo puede provocar hastío y, en segunda instancia, olvido.
Emocionante, Antonio.
Muchas gracias, Francisco. Me siento definido por el hastío, por el olvido y por su tácita consecuencia: la melancolía.
ResponderEliminar