Otra vez he soñado con acacias,
con un jardín extraño
invadido de acacias,
con un silencio inmenso
rodeado de acacias.
Ellas y yo, solas y solo.
Y un círculo de tierra. Y una fuente redonda
en el centro del círculo.
Una fuente de piedra ennegrecida
sin agua ni verdín;
sólo piedra creciendo de la piedra,
sólo piedra envejecida por la piedra.
Y las acacias.
Y un banco de reposo carcomido.
Y yo en el carcomido reposo de ese banco.
No era día ni noche.
No era ahora ni luego.
No era nunca ni siempre.
Era sólo un jardín invadido de acacias.
Y un inmenso silencio rodeado de acacias.
Y ese sueño otra vez de otra vez las acacias.
(19 de abril de 2008)
¡Esto sí que es desasosiego, Antonio! Tienes que dormir mejor, no sé, contar ovejas, o mejor, que tu mujer te cuente un cuento, ya verás como salen poemas tan buenos como éste, pero cambiarán los árboles por otros de tintes más primaverales (aunque no acompañe el tiempo) y en lugar de un pozo seguro que corre un manantial, que te veo muy juanramoniano. Un abrazo
ResponderEliminarNo tengo problemas, amigo Diego, con el acto de dormir, pero las acacias, de tan larga y vivificadora –y siglos después ideologizada– simbología, sí que entran en conflicto con el sueño, por lo menos con “cierta clase de sueño”.
ResponderEliminarGracias por tus palabras. Un abrazo
Como ya te comenté... es un poema impresionante. En esta lectura me gusta todavía más.
ResponderEliminarPues, muchas gracias otra vez, Francisco.
ResponderEliminarRebosa maestría todo el blog. Pero me quedo, sobre todo, con este poema.
ResponderEliminarUn saludo.