Para Enrique
Era un gran lector; siempre andaba con un libro en la mano. En los últimos años, esos de soledad real porque es la propia vida la que le va dejando solo a uno, me dicen que no leía. Seguía con un libro en la mano, pero siempre abierto por la misma página. En ella permanecía, con los ojos cansados y atentos, durante largas horas, como si se le hubiera quedado la inercia de una hermosa costumbre en la precariedad de su memoria. Pero yo creo que no era por eso. Yo creo que en esa página estaba la palabra que siempre había buscado, esa joya de sentido, esa lámpara de luz que explica todo cuanto perseguimos con fatiga desconcertada a lo largo de la vida. Y pienso que ya no podía desprenderse de ella. Y por eso leía, leía, leía… Siempre el mismo párrafo, siempre la misma línea, siempre el mismo verbo… Siempre.
Ahora me duelen muchas cosas, sin duda circunstanciales. Pero él era un gran lector y mi padre –político, según definición institucional–. Hoy se cerró ese último libro y él se fue con una página bien aprendida, una página en la que estaba escrita su palabra imprescindible. Nunca sabremos cuál porque nunca sabemos nada verdaderamente importante de nadie. Menos, incluso, de quienes queremos.
Bendita sea esa página, escondida en un libro, que alguien alguna vez escribió para su vida.
También le gustará esta página, escondida en una bitácora, que tú le has escrito hoy. Lo siento. Qué triste es siempre.
ResponderEliminarUn saludo, Antonio.
Gracias, Betty; ojalá le haya gustado.
ResponderEliminarEl lunes, de pronto, levantó la mirada del libro y me preguntó la hora. Al saberla contestó: Ya es hora de ir a casa.
ResponderEliminarEl jueves no esperó más.
Ya estás en casa papá.
Gracias, Antonio
Un fuerte abrazo, Félix.
ResponderEliminarUn abrazo muy fuerte, Antonio.
ResponderEliminarFrancisco
Gracias, Fran.
ResponderEliminarTriste y hermosa entrada, Antonio. Decía el poeta Ovidio que cuando alguien bueno se va, los que nos quedamos dudamos de que existan los dioses. Lo siento. Y ánimo.
ResponderEliminarGracias, Antonio. Yo no sé ya de qué dudo; lo cierto es que en esos momentos la memoria rescata todo lo que creíamos tener olvidado.
ResponderEliminarUn saludo.
Lo siento muchísimo. Besos para todos.
ResponderEliminarAmalia
Hermoso y triste, Antonio. Un abrazo muy fuerte, de todo corazón, después de haber pasado por un trance reciente muy parecido. Ánimo y a recordar lo positivo que nos dejan los que nos dejan, que es la mejor manera de seguir hacia adelante.
ResponderEliminarGracias, Amalia, en nombre de todos.
ResponderEliminarUn beso.
Gracias, Juan Antonio, aunque lo que recordamos parece, repentinamente, que nunca ha sido.
ResponderEliminarUn abrazo.