Si el agua es la vida, la nieve es su potencialidad, aristotélicamente hablando, por supuesto. Forzando la metáfora: si el agua fuera la sabiduría, la nieve sería su disposición. Una gota dejaría en un campo nevado una lesión de conocimiento; innumerables gotas diluirían la coraza blanca en su fecundidad real.
Pero el hielo es hostil a la gota. Resbala primero sobre la adversa armadura, se congela después; se vuelve torpeza y resistencia, obcecada resistencia a la fértil posibilidad. Cuando la lluvia fue posible, se acabaron las glaciaciones y apareció la lujuria de las primaveras.
Yo creo que la quinta glaciación llegó hace tiempo a nosotros. No fue consecuencia de un cambio climático, sino efecto de una demolición pedagógica. No fue física, sino social. Y el ciudadano se cubrió de hielos perpetuos. Y a las gotas que salpicaban su gélida corteza las llamaron educación.
Quienes hay que interesan su intención en tanto frío, aunque dicen querer algunas regaderas en manos de sus desconcertados jardineros. Yo no juzgo, pero, a veces, creo que esa voluntad está podrida.
Curiosamente, Antonio, no hace ni media hora, yo estaba pensando en una de esas gotas sobre un campo nevado. Pero le he dado el nombre de deuda. Es triste que, luego, tanto frío nos convierta en hielo.
ResponderEliminarSaludos.
Curiosamente, Betty B., la deuda de que yo hablo no está en la gota, sino en la helada superficie sobre la que cae.
ResponderEliminarGracias por tu visita.
El dedo en la llaga, a través de una hermosa alegoría. El problema, como en la Antártida, está en penetrar hasta el suel que tan sólo se intuye.
ResponderEliminarUn abrazo