Regresa cada noche.
Viste de rojo y negro. Me sonríe
al pisar un parterre
cubierto de una flores
anónimas que yo no reconozco.
Hay un jardín con niebla;
hay una casa humilde y silenciosa,
y un cenador terrible
donde ella se sienta
y me mira con burla enternecida.
Viene de donde sé:
ya he cumplido la edad de la advertencia.
Una noche sin luna
me besará los ojos.
Y yo no diré nada. Y ella, apenas.
(1997)
Qué mal se vende la muerte...
ResponderEliminarNos libra de la amargura
y aun así nadie la quiere.
Hermoso poema. Me gusta en especial el verso:
ResponderEliminarya he cumplido la edad de la advertencia.
Saludos dominicales.
Qué trágicamente bien le cuadra la "soleá" a la muerte.
ResponderEliminarGracias, Juan Antonio.
Gracias, Antonio (aquí parece que todos nos llamamos igual). El verso que citas me ha salido con variantes en más de una ocasión, no ya porque me guste, sino porque es verdad.
ResponderEliminarUn saludo.
Es un poema fantástico, sin duda...
ResponderEliminarGracias, Francisco, aunque no sé si "fantástico" o fantasmal.
ResponderEliminarUn abrazo.