No queremos vivir con esa carga. Por eso no pensamos en ella. Es preferible sortear su trascendencia en cada gesto, en cada decisión, en cada ademán. Y discurrir por el día enajenando el peso de su certidumbre. Porque en cada momento, en cada minuto, en cada instante tenemos aún el tiempo que nos queda. El tiempo siempre debería ser algo que nos quedara. Para que, antes de morir del todo, tuviéramos la posibilidad de una última pincelada en la vida, algo así como esbozar una sonrisa o desatar una lágrima. Toda la dignidad podría estar en ese momento. Toda la libertad.
Realmente, para el hombre al menos, es cuando su esencia alcanza la plenitud.
Querido Antonio, la conciencia constante del tiempo que nos queda es una pesadilla. Si algún acontecimiento de la vida te acerca a ella, los días pesan como losas. Yo creo que el sentimiento de “última pincelada” es contrario a este asunto natural que es vivir, que a veces brilla tanto y a veces no. Ya nos sorprenderán las sonrisas o las lágrimas y nos tomaremos la penúltima copa para celebrarlo o para consolarnos. La dignidad es siempre una incógnita a demostrar, pese a nuestros deseos, y la libertad sigue sonando maravillosamente (imposible). La esencia, no lo sé. La fe rescata todo esto de su pozo oscuro.
ResponderEliminarLo inexorable y la libertad ligados de una forma maravillosa en tu texto. Es el único resquicio que se me ocurre para conciliarlos.
ResponderEliminarUn abrazo
Existencialmente hablando, la esencia del hombre siempre es provisional, siempre está pendiente del tiempo que le queda para afianzarse o negarse. Un momento cualquiera puede ser crucial para que decidamos ser un yo divergente del que hasta ese momento hemos sido. Pero hay un momento sin tiempo restante apenas, en el que esa esencia está a punto de no poder ser más, al borde de cancelarse. La plenitud consiste entonces en que uno ya no puede dar más de sí: somos lo que hemos sido, asumimos cuanto hemos hecho. La dignidad a que me refiero está en la afirmación o negación, la última libertad, de la vida propia. Yo creo que es un momento fundamental al que no siempre se tiene acceso.
ResponderEliminarSiempre gracias, Betty, por la compañía.
En efecto, Fran, es el único "resquicio". La vida humana es un poema libre en tiempo limitado; y el último verso, ya lo sabes tú, es fundamental.
ResponderEliminarUn abrazo.
Realmente, Antonio, somos el tiempo que nos queda, y no sabemos eso qué es, ni cuánto, ni cómo: he ahí la incertidumbre. Dicho por soleares:
ResponderEliminarSoy el tiempo que me queda.
Me gustaría pensar
que va a merecer la pena.
Gracias, Juan Antonio, por tu bella soleá, pero…
ResponderEliminarLo que somos realmente
no es más que lo que hemos sido:
renglones sobre la frente
escritos para el olvido.
Un abrazo.