Antes no era así. Desde los milesios la verdad era inseparable de la belleza y la armonía. Sócrates buscaba lo permanente en la virtud, lo que no cambiaba de unas a otras, lo que en definitiva había en todas ellas que las identificaba precisamente como virtud. Es más, estaba convencido de que una vez que lo supiéramos, ya siempre obraríamos virtuosamente porque el mal sólo era ignorancia. Marraba aquí el sabio sin palabra escrita al ignorar la autonomía de la voluntad, pero eso no afea en absoluto su propósito. Platón siguió la estela de su maestro con los mismos supuestos: la verdad era lo que estaba ahí, desde siempre, en su intangible perfección y, una vez conocida, lo único que teníamos que hacer era imitarla. Se trataba de saber para aproximar, para asemejar, para igualar... A esto, posteriormente, se llamó totalitarismo.
Sé que huele a rancio, a cofre sacado de un desván con telarañas y silencios milenarios. Sé que nuestra nariz respira un aire más familiar con sentencias como ésta: La ciencia del hombre es la medida de su potencia, porque ignorar la causa es no poder producir el efecto… Sí, lord Bacon, a pesar de las deficiencias de su método, está más en nuestra órbita. Porque la verdad ya no es una perfección que descubrir e imitar, sino una eficacia con la que controlar y producir. Se trata de hacer con ella otra cosa, un monstruo incluso. Los delirios literarios del XIX ya lo imaginaron. No queremos la verdad para ser mejores, sino para sentirnos dioses, o Dios, que es lo que ocurre, según Freud, cuando resolvemos el complejo de Edipo. Y esta luz, se mire por donde se mire, es la que esplende en nuestra anónima e impersonal ideología. La otra se fue apagando hasta convertirse en una luminosa ridiculez, en una luciérnaga insignificante dentro del corazón del hombre.
Para mí, por lo menos, una verdad así lo único que despierta es la necesidad urgente de su ausencia.
Cuánta sabiduría en tus palabras, Antonio. La verdad es hoy cautiva del provecho. Como los principios. Como la independencia. Como...
ResponderEliminarSaludos.
Gracias Antonio, pero no es sabiduría, sino sentido común (ése que, según dicen, es bastante poco común…). Desde luego, no me opongo a la eficacia técnica del conocimiento humano, sólo reniego de su coyunda antinatural con la verdad. El hombre, creo, debe aspirar a otras grandezas.
ResponderEliminarUn saludo