Se llora mejor cuando es de noche. Cuando no es necesario definir las lágrimas, acomodar su costumbre a ningún hecho, redescubrir su causa o el jardín de su origen. Se llora mejor cuando uno se desprende de la giubba y se desempolva la cara. Cuando el bufón se convierte en su real deformidad y el payaso en un hombre que ha cenado salami, o croquetas, o no ha cenado nada... Y tiene un problema, o dos, o cinco, o ciento treinta y dos con veintisiete –aunque parezca absurdo, también hay decimales en las penas que solemos redondear al alza–.
Se llora mejor cuando la soledad es el sincero hallazgo de uno mismo, no la ególatra estrategia de apartarse de los otros. Cuando tenemos tiempo de ponerle mirada al infinito y nombre a ese silencio que llevamos a cuestas por la vida.
Ay, no, claro que se llora mejor de noche (yo a veces me doy unos disgustos de antología) y claro que apartarse de los otros puede tener algo de estrategia ególatra; pero no, el sincero hallazgo de uno mismo no siempre tiene la culpa, son las cosas y el tiempo, uno mismo bastante hace con empolvarse un poco la cara todo el santo día y aguantar, mejor no echarse más culpas de las necesarias. Un poco de caridad y de justicia y de ese amor bienentendido que empieza por uno mismo.
ResponderEliminarBuenas noches, Antonio, nada de llorar.
No, no quise decir que “el sincero hallazgo de uno mismo” tenga culpa de nada, sólo que es circunstancia favorable para el descubrimiento de la propia limitación. Llorar ante ella es un ejercicio de autenticidad y arrepentimiento. Lo malo es que se nos pasa en cuanto sale el día.
ResponderEliminarGracias, Olga. Sinceramente pienso que es más edificante tu entrada de hoy. Lo que ocurre conmigo es que nací en Viernes Santo.
Besos.