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Asfixia el mundo, este mundo que se construye desde el juicio acelerado; tan acelerado, que se adelanta a sí mismo, que deja de ser juicio para ser prejuicio, ortodoxamente, “pre-juicio”, algo que volcamos sobre los demás sin darles ocasión de nada, sin saber realmente nada de lo que pasa o les pasa, guiándonos de tres o cuatro señales mal leídas y peor interpretadas, dando crédito al ruido para invertirlo en mensaje, convirtiendo nuestra fantasía en injuria y condena…
Por eso he perdido las ganas de escribir. Últimamente ando en tratos dolorosos –y reales– con los años. Con los muchos, por el duelo de ver los escombros de su ruina; con los pocos, por la pena de saber la inanidad de su proyecto; con los medios, por su errático andar tras la opinión de más aplauso… Con los míos, por la inmensa lejanía de mi mismo.
No tengo ganas de escribir porque cada día tiene el día menos ganas de serlo, porque todo lo que habrá de establecerse al cabo de vivir puede que sea para nada; porque tan tonto soy que ni siquiera sé si creo en lo que creo; porque la edad de Dios sigue hablando de jardines amables a pesar de su destrozo; porque la luz se ha hecho sólida en muchísimas miradas; porque Teseo ha decidido la espada y la tristeza; porque del sueño horrible no se acierta a despertar bajo el beso de una voz o su memoria…
No tengo ganas de escribir…
Si será verdad, que lo escrito aquí ya estaba escrito.
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Asfixia el mundo, este mundo que se construye desde el juicio acelerado; tan acelerado, que se adelanta a sí mismo, que deja de ser juicio para ser prejuicio, ortodoxamente, “pre-juicio”, algo que volcamos sobre los demás sin darles ocasión de nada, sin saber realmente nada de lo que pasa o les pasa, guiándonos de tres o cuatro señales mal leídas y peor interpretadas, dando crédito al ruido para invertirlo en mensaje, convirtiendo nuestra fantasía en injuria y condena…
Por eso he perdido las ganas de escribir. Últimamente ando en tratos dolorosos –y reales– con los años. Con los muchos, por el duelo de ver los escombros de su ruina; con los pocos, por la pena de saber la inanidad de su proyecto; con los medios, por su errático andar tras la opinión de más aplauso… Con los míos, por la inmensa lejanía de mi mismo.
No tengo ganas de escribir porque cada día tiene el día menos ganas de serlo, porque todo lo que habrá de establecerse al cabo de vivir puede que sea para nada; porque tan tonto soy que ni siquiera sé si creo en lo que creo; porque la edad de Dios sigue hablando de jardines amables a pesar de su destrozo; porque la luz se ha hecho sólida en muchísimas miradas; porque Teseo ha decidido la espada y la tristeza; porque del sueño horrible no se acierta a despertar bajo el beso de una voz o su memoria…
No tengo ganas de escribir…
Si será verdad, que lo escrito aquí ya estaba escrito.
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Guardemos, pues, silencio.
ResponderEliminarUn muy fuerte abrazo,
Hernán
Pues a mí me gusta hablar con "los desnudos fantasmas que convoca tu tristeza", como te dije una vez.
ResponderEliminarSi la gente como tú se calla y tantos otros hablan, apaga y vámonos. Mira, te voy a dar la razón en lo de que asfixia el mundo.
Poco te puedo animar, pero me alegro de oírte.
Un beso, Antonio.
… Como Iwazaru, Hernán.
ResponderEliminarLa filosofía del silencio es la única que últimamente me interesa; aunque reconozco que el ruido y el patético espectáculo de muchos habitantes de esta especie aportan un notable interés al quehacer sin qué hacer de los otros dos monos.
Gracias y un abrazo.
Y a mí me gusta que hables con ellos, Olga. Pero los fantasmas, ya se sabe, no son más que sombras que buscan su reposo.
ResponderEliminarMe encanta que me des la razón… ¡con lo crítica que tú eres!
Gracias y besos.
Antonio, elaboras un magnífico ejercicio intertextual con tus antiguas entradas; alguien que no tiene ganas de escribir no se toma tantas molestias para comunicarlo: tu forma de decirlo es la del que sabe cómo decir las cosas, del que siempre encuentra cosas que decir. Así que aquí estaremos para cuando quieras volver a hacerlo. Un abrazo, compañero.
ResponderEliminarNo es exactamente un “ejercicio intertextual”, sino un seguimiento autocrítico de algo que se viene preparando desde la “puerta de septiembre”. Y lo he hecho por todos los que tan generosamente me habéis regalado vuestra presencia y palabra. Lo que ocurre es que somos animales verbales y hasta nuestro silencio tiene necesidad de decirse. Es lo que ha hecho el mío. Me pareció de mala educación que la aparición dilatada de estas entradas anduviese huérfana de razones: os merecías que yo las diera. Pero no es que no tenga cosas de qué hablar, simplemente he dejado de interesarme. Lo sorprendente es que lo haya hecho durante tanto tiempo. ¡Puro narcisismo!
ResponderEliminarMuchas gracias, Octavio; en cualquier caso, seguro que de vez en cuando me dejo caer por este olvido (ya ha sucedido otras veces).
Un abrazo.
Nos alegraremos mucho cada vez que te dejes caer por aquí y nos dejes alguno de tus textos. Pero lo que dices es comprensible y, como siempre, absolutamente honesto.
ResponderEliminarMuchas gracias también por las palabras que me has dedicado en el variadas... Muchas, muchas gracias.
Un abrazo muy fuerte,
Francisco
A ti, como siempre, Francisco.
ResponderEliminarUn abrazo.
Asfixia muchísimo. Y nadie sabe nada de lo que pasa ni les pasa a los demás, ni a veces a nosotros mismos. Pero no son los escombros de su ruina.
ResponderEliminarEstoy convencida de que lo que dices escombros, es todo lo que sobra, los juicios, el orgullo, los proyectos inanes, la fachada, la cáscara.
Eso que conserva, lo que te parece anacrónico o absurdo, es lo único que vale. No lo inventa, no yerra, acierta. Desecha, y escoge lo valioso, lo que le justifica, lo que tendrá que presentar, y lo pule.
Igual es una gran oportunidad que se nos brinda -la de la ruina-, para purificarnos, para aniñarnos, para soltar mundo, ruidos, vanidades, prepotencias y otros lastres. Para pasar desnuditos y humildes por la puerta estrecha de ese "mercado" del que no se vuelve. Igual lo es, aunque duela tanto.
No sé si era Merton el que hablaba de los elementos de distinta naturaleza que nos componen y que nos convierten en una mezcla inestable. Y que cuando el elemento físico está en su plenitud parece que no hay tal mezcla, pero que sí se nota en los extremos. Y es cierto, se nota en la infancia, cuando ves esas miradas en los cuerpitos patosos; y se nota más todavía en la vejez, cuando el cuerpo se hace viejo y la mezcla con el alma, no es que sea inestable, es que es una ofensa.
Creo que empiezo a ir mal. Con todo, es una idea que a mí me consuela, la de la mezcla inestable.
Un abrazo fuerte y hasta la vista.
Merecen tus palabras, “xaquí”, lugar más alto –en la entrada sin duda– porque están arrebatadas por la verdad, por la humana verdad, y es una pena que se queden colgando en este fondo. Sólo puedo agradecerlas y aplaudirlas desde esta “mezcla inestable” que es uno y lo demás; quiero decir, y todo lo demás que lo hace a uno. La vida es un terreno poco firme y, al cabo, el alma se nos cansa de su difícil equilibrio.
ResponderEliminarUn abrazo.
sigue dejándote caer por este olvido.
ResponderEliminarSeguro que el día menos pensado me tropiezo en cualquier desnivel de la memoria y ruedo por los escalones de este abandono.
ResponderEliminarGracias por vuestra visita tan amablemente exhortatoria, mi Señora Doña Ana.
Pues a ver si ese día viene pronto, Antonio, y te pones de gala. Que estás cogiendo muy malas costumbres espaciando tanto los textos:-)
ResponderEliminar"No guardes en tu cofre la galana
veste dominical, el limpio traje,
para llenar de lágrimas mañana
la mustia seda y el marchito encaje,
sino viste, Valcarce, dulce amigo,
gala de fiesta para andar contigo.
Y cíñete la espada rutilante,
y lleva tu armadura,
el peto de diamante
debajo de la blanca vestidura.
¿Quién sabe! Acaso tu domingo sea
la jornada querrera y laboriosa,
el día del señor, que no reposa,
el claro día en que el Señor pelea."
No, Olga, desde luego yo no ciño “espada rutilante”, ni llevo peto ni armadura visto que merezcan tan cariñosa “imaginaria” ni centinela tan leal. Tú bien sabes, “dulce amiga”, que
ResponderEliminar“…si tuviera
la voz que tuve antaño, cantaría…”
Pero no es el caso; ni es razón que lo sea. He escrito muchas tonterías, de las que no me arrepiento desde luego (por algo soy “tonto”), y empiezo a sentir el remordimiento de la sensatez:
“… ¿Será porque el enigma grave
me tentó en la desierta galería (…)?”
Tal vez. En cualquier caso, mi domingo quisiera ser Domingo; otra cosa es que lo consiga.
Gracias una vez más, Olga.
…Y un beso.