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Para mis alumnos que, por supuesto, no saben que estoy por aquí
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Estaba convencido de que había filosofías de todas las cosas; de las insignificantes quiero decir. No es de extrañar en tiempos en que la filosofía se ha vuelto comodín de ideas; una carta en la manga de los tahúres mediáticos que avala la dignidad de todas sus jugadas. Así, hay filosofías de entrenadores deportivos, de cadenas de hipermercados, de industrias de zapatillas, de ONGs pro-marsopa, de AMPAs (no hampas, que también), de asociaciones vecinales… Vamos, de todo. Así que yo me consideré con derecho a pensar las mías, las de poca monta, las de casi nada. Me hacía sentir bien eso de dar importancia a lo que no era importante. Eso que estaba ahí, rodeado de vulgaridad por ser común: un jardín, un día de lluvia, una mirada traicionada por los ojos responsables, un periódico viejo con noticias que archivó su intrascendencia, la soledad de una hoja a punto de ser danza cualquier tarde de octubre… Me acordaba de Azorín –del que nadie se acuerda–, de su “pequeño filósofo”: a mí me gustaba un lirio mucho más que los delirios del mundo; el renglón de cualquier día, mucho más que los párrafos de sus provisionales dioses.
Me equivoqué, lo confieso. Pero ella tuvo algo de culpa. Ella que se vendió a los mercaderes para no abandonar los titulares; ella que se hizo espanto para tener lugar en las palabras; ella que se prostituyó en los lupanares a cambio de unas pocas monedas. La filosofía siempre fue de lo próximo, de lo inmediato; de lo que está ahí, al alcance de todos… O de nadie. Empezó su andadura por el agua y se extendió bajo el aire de Mileto, se disfrazó de números en Samos, se conmovió por el fuego en Éfeso, se creció hasta los cielos en Atenas y a la tierra regresó en Estagira. Y más tarde, en Hipona, quiso a la caza dar alcance… Algunos siglos después, rodó por los burdeles: ¡gozo de muchos y verdad de nada!
Agua y aire. Fuego y cielo. Llano con decisión de altura… ¿Hay algo más cercano, más simple, más común para los hombres?
Me equivoqué, lo confieso. Pero ella tuvo algo de culpa. Ella que se vendió a los mercaderes para no abandonar los titulares; ella que se hizo espanto para tener lugar en las palabras; ella que se prostituyó en los lupanares a cambio de unas pocas monedas. La filosofía siempre fue de lo próximo, de lo inmediato; de lo que está ahí, al alcance de todos… O de nadie. Empezó su andadura por el agua y se extendió bajo el aire de Mileto, se disfrazó de números en Samos, se conmovió por el fuego en Éfeso, se creció hasta los cielos en Atenas y a la tierra regresó en Estagira. Y más tarde, en Hipona, quiso a la caza dar alcance… Algunos siglos después, rodó por los burdeles: ¡gozo de muchos y verdad de nada!
Agua y aire. Fuego y cielo. Llano con decisión de altura… ¿Hay algo más cercano, más simple, más común para los hombres?
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"Llano con decisión de altura" me parece una leyenda perfecta para el emblema de un buen caballero.
ResponderEliminarYo, que sigo hace tiempo esa manera tuya de dar importancia a lo común, he disfrutado contigo de algún día de lluvia, de unos cuantos lirios, y de tus "filosofías". Y ojalá no te canses y pueda seguir disfrutando.
Un beso, Antonio.
Pues ya que lo dices, Olga, lo pondré en mi escudo, que no tiene campo de gules, ni orlas, ni oros, ni torres, ni leones rampantes; que, en realidad, no tiene escudo. Pero, ya que lo dices, lo pondré; sobre todo por la planicie y su temor a los sinclinales.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu paciente seguimiento.
Un beso.