.
A los dieciocho años la vida es algo que está ahí; a los cincuenta y nueve, algo que empieza a no estar donde se espera. A los dieciocho, uno está seguro de que el teléfono lo descolgará alguien. A los cincuenta y nueve, uno empieza a temer que no lo haga. De joven se piensa que la muerte sucede por orden de lista. De viejo, se descubre que ya se ha puesto falta a demasiada gente en el listado. Y uno sale al patio del recuerdo y se encuentra con muchos vacíos, y uno entra en el aula de la memoria y advierte demasiadas ausencias. “¿Qué habrá sido de…?” Los puntos suspensivos siempre traen un sobrecogimiento mudo… ¡Qué habrá sido…! ¿Seguirá siendo ese “sido”?
A los dieciocho años los detalles pasan desapercibidos porque la mirada es enorme y cree alcanzar el otro lado del horizonte. Luego empieza uno a reparar en los perfiles de la insignificancia. Y los vencejos de siempre, se vuelven únicos; y los jardines de toda la vida, rincones irreemplazables; y los atardeceres de todas las tardes, un milagro sin explicación posible. El mundo se llena de cosas que hay que mimar; no de grandes hazañas, sino de pequeñas tareas. A veces, basta con mirar un cielo encapotado con urgente intención de desbordarse, para que parezca hermoso lo que antes se consideraba un fastidio.
A los muchos años, uno se dice: si aún estoy aquí, será por algo Y ese algo, de pronto, se convierte en pregunta. Y la pregunta en apremiante decisión de responderse. Entonces le dan a uno ganas de hacer cosas rarísimas, como observar la propia sombra sobre el suelo y pensar que hay un fotón de luz para el que era necesario que uno estuviera en medio, o quedarse mirando una amapola para que no muera sin admiración su modesta y anónima belleza.
Con los muchos años, uno entiende, de verdad, por qué la vida tiene derecho a nuestro aplauso.
.
A los dieciocho años los detalles pasan desapercibidos porque la mirada es enorme y cree alcanzar el otro lado del horizonte. Luego empieza uno a reparar en los perfiles de la insignificancia. Y los vencejos de siempre, se vuelven únicos; y los jardines de toda la vida, rincones irreemplazables; y los atardeceres de todas las tardes, un milagro sin explicación posible. El mundo se llena de cosas que hay que mimar; no de grandes hazañas, sino de pequeñas tareas. A veces, basta con mirar un cielo encapotado con urgente intención de desbordarse, para que parezca hermoso lo que antes se consideraba un fastidio.
A los muchos años, uno se dice: si aún estoy aquí, será por algo Y ese algo, de pronto, se convierte en pregunta. Y la pregunta en apremiante decisión de responderse. Entonces le dan a uno ganas de hacer cosas rarísimas, como observar la propia sombra sobre el suelo y pensar que hay un fotón de luz para el que era necesario que uno estuviera en medio, o quedarse mirando una amapola para que no muera sin admiración su modesta y anónima belleza.
Con los muchos años, uno entiende, de verdad, por qué la vida tiene derecho a nuestro aplauso.
Ay, Antonio, desde luego.
ResponderEliminarUno, con todos los desastres que hay, desgracias, tristezas y demás, y a pesar de todo... tiene ganas de aplaudir como dices. No sabes muy bien a qué ni a quién, a la vida desde luego. Y a ti en particular hoy con esta entrada.
Aquí está naciendo la lavanda, no sabes cómo está la sierra -y eso que con la primavera vamos siempre con unas 3 o 4 semanas de atraso de la "capital" y con unos 2 meses de Andalucía o Extremadura que siempre florecen antes-.
Pero ¿qué importan los retrasos si siempre llega? Es bueno a veces hacerse esperar.
Un abrazo y un beso y de nuevo felicidades por tu cumpleaños. Y por todo en general. Por algo será sin duda que estás, pero es que ¡te queda guerra seguro!
Aurora
Pues sí, Antonio. Esa sabiduría que alababa ayer reside, sobre todo, en la mirada que, más que engalanarse, se va desnudando (como la poesía strip-teaser de Juan Ramón). Lo cuenta mi siempre admirado maestro (don, sin san) Agustín en este precioso poema –lo cito de memoria, así que que me perdone por posibles errores, fruto de su favorecida tradición oral-:
ResponderEliminarEsos oros y cobres
de nogales y chopos y cielos,
esa bruma transida
de neblina otoñal sobre el Duero,
¡cómo se entran hoy los ojos
y el corazón adentro,
nunca tan vivos, nunca
como muriendo!
¿Cómo yo, de muchacho,
no os supe sentir, qué embelecos
de ilusiones y letras
le cegaban los claros ojuelos?
Por saber lo que veía,
ay, no sabía veros.
Oros y cobre, chopos
de muerte ardiendo.
Ya me voy de saberes
desnudando según encanezco,
ya como hojas los nombres
se me caen, dorados de secos,
¡y cómo bajo la niebla
va floreciendo el fuego!
¡Muera yo todo, muera,
si no lo siento!
Rafa.
A pesar de los pesares, Aurora; a pesar de lo que muchas veces escribo; a pesar, incluso, de lo que suelo decir de mí, no quiero parecer pesimista, un insoportable pesimista. Todo, como las hojas, tiene un haz y un envés; todo, una cara y una cruz. Todo, también la vida. Pero… es vida. Primero la vivimos, es cierto; más tarde, la reconocemos. Y entonces nos damos cuenta de que es necesario aplaudirla.
ResponderEliminarGracias por tus palabras, y un beso hacia ese serrano mar de lavandas.
Ya sabes que llamamos a la meditación intensa, Rafa, al conocimiento teórico sin pretensión práctica alguna, actividad “contemplativa”. Es por eso, sin duda: por la sabiduría que dices. Porque, al cabo, el hombre instrumental, el hacedor de prodigios y dominador de los elementos nos sirve, pero no nos vale. La verdadera sabiduría es la contemplación, que es la mirada que admira, la mirada que siente, la idea que aplaude.
ResponderEliminarQué hermoso poema, amigo mío, qué final tan de verdad: “Muera yo todo, muera / si no lo siento.
Muchas gracias.
Un aplauso a la entrada, Antonio. Preciosa y cierta. El remolino de vida de los dieciocho no da para detenerse. El tiempo te regala las pausas y los descubrimientos. Los mismos ojos pero con una mirada distinta, como si absorbieras todo... hasta su misma esencia, como si lo captaras por última vez.
ResponderEliminarBuen colofón para cerrar un cumple-años que rebosa vitalidad ( de vida?.
Un saludo cordial
Antonio, encantado de estar en tu casa, sigo lo que escribes tanto en tu casa como en la de los amigos con el mayor interés, aunque por falta de tiempo y pereza no haya comentado tu trabajo. Uno, que se ha pasado la vida perdiendo el tiempo, todavía no tiene muy claro por qué escribe. Las nubes, ver pasar las maravillosas nubes, tiene muy mala prensa, como diría un escritor amigo. Certera y honesta la entrada.
ResponderEliminarFelicidades y un abrazo.
¡ Uf!...Yo no entiendo la muerte,me parece una broma de mal gusto y algo absurdo. y hacerse mayor y empezar a contemplar las cosas como si las descubríeramos en ese momento...una terrible resignación. Tantos libros que leer y no tener tiempo suficiente para poder hacerlo.
ResponderEliminarCuando pienso en esas personas tan inteligentes que no estan...
¡ Qué no ,qué no me gusta!
Nada, que paseis una S.Santa feliz.
Un beso joven
Es que, como sabemos, Sunsi, el bosque nos impide ver los árboles. No, no me he confundido. En la vida es así: al principio su rotundidad es un todo indiferenciado, un desbordante paisaje impresionista. Luego, según nos vamos adentrando, esos “mismos ojos” nos abren la mirada a sus pinceladas insustituibles; ésas que no vemos al entrar al museo, ésas para las que tenemos que llevar un ratito en la sala y acercarnos después cuidadosamente a sus cuadros.
ResponderEliminarMuchas gracias, Sunsi, y un saludo.
Bienvenido, Luis Spencer. Soy yo quien queda encantado de saberte por aquí.
ResponderEliminarA pesar de la “mala prensa”, también soy un “voyeur” habitual de nubes; y de pájaros y de estrellas. A las últimas, incluso, las he espiado con telescopio. Así que, el día menos pensado nos volvemos a encontrar en la primera nube que pase.
Muchas gracias por tu visita y tus palabras.
Un abrazo.
¡Yo intentando ser vitalista, Veridiana, y tú sacándome punta del “lado oscuro”!
ResponderEliminarNo, no hay ninguna resignación en lo que digo: es algo que pasa. Uno está en la vida de distinta forma en diferentes momentos. La edad es una determinación como otra cualquiera. Eres sin duda muy joven (y no hay intención peyorativa) y yo me llevo muy bien con los jóvenes. Aunque te parezca chocante, se ríen mucho con mis “ocurrencias” que son un antídoto administrado para evitar que se les corte la digestión en las horas de filosofía. Vamos, que me entiendo muy bien con ellos. Mejor que con muchos colegas que, aun trabajados por los años, no se han enterado ni del nodo de la vida.
Así que, ni muerte ni resignada contemplación.
Muchas gracias, feliz semana para ti también, y un beso, digamos… vital.
jaja...¡ Qué va...! si tengo creo que 300 años...
ResponderEliminarTe entiendo, y creo que " tú resignación es la mía" por eso me revelo e intento no mirar el tiempo.
Me voy a la Habana y estoy muy contenta, te contaré de regreso.
Un beso ...
Tomando como referencia el XVII, que es mi siglo, yo tengo 359.
ResponderEliminar¡Sigues siendo muy joven, Veridiana!
Cuidado con los tiburones.
Besos... caribeños
Te mando una canción que escribieron unos chicos para ti. Prométeme que la escucharás aunque te suene moderna:
ResponderEliminarhttp://www.youtube.com/watch?v=ET6_U73BWPE&hl=es
Te iba a escribir algo yo pero ¿para qué?
Un beso.
Espera, a ver: Pinche aquí
ResponderEliminarBella entrada.
ResponderEliminarYo aún no lo he conseguido.
Un abrazo.
Eres un cielo, Olga (perdóname la vulgaridad de la metáfora). Sólo te puedo reprochar una cosa, eso de "te iba a escribir algo yo pero ¿para qué?" ¡Bendito sea Dios! ¡"Para qué", dices! Pues, ¿para qué va a ser sino para encajar otra brillante tesela en este mosaico de nuestras humanas oscuridades?
ResponderEliminarMuchas gracias, Olga, me haces creer (iluso yo) que soy un "tio elegante".
Un beso.
Bienvenido, Javier.
ResponderEliminarSi con el “yo aún no lo he conseguido” te refieres al “aplauso”, es porque, a veces, el vagón de los tiempos en que viajamos nos vuelve escépticos. La solución es mirar por la ventanilla: en el talud de los raíles, en primavera, es fácil descubrir alguna que otra amapola que acaba con nuestro escepticismo.
Muchas gracias por tu visita y tus palabras.
Un abrazo.