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Hay tres clases de analfabetismo: el real, el funcional y el desarrollado. Al primero, lo define la injusticia que impide la posibilidad; al segundo, la posibilidad que traduce un injusto menosprecio; y al tercero… Bueno, al tercero, que es un híbrido raro, lector de unas pocas tonterías –o muchas, o muchísimas, incluso– y seguidor de cualquier idiota, lo define un melodrama: la amarga imposibilidad de lo que quiso ser posible.
Desde el punto de vista moral, los primeros son inocentes víctimas; los segundos, vagos impresentables; y los últimos… una inmensa melancolía. Porque el hombre conquistó la palabra para crecer, no para medrar; para pensar, no para confundir; para disentir, no para hipnotizar…
Hay demasiadas palabras hoy que no merecen un solo pensamiento.
Desde el punto de vista moral, los primeros son inocentes víctimas; los segundos, vagos impresentables; y los últimos… una inmensa melancolía. Porque el hombre conquistó la palabra para crecer, no para medrar; para pensar, no para confundir; para disentir, no para hipnotizar…
Hay demasiadas palabras hoy que no merecen un solo pensamiento.
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Pensar y disentir traen demasiadas incomodidades tristes en un mundo cuyo dios es la diversión y el placer (que está muy bien, pero no todo el rato). El tercer analfabetismo es, pues, muy difícil de combatir. Cada uno debe hacerlo desde su propio corazón, menudo peligro. Sin embargo, evitar esas tristezas desemboca en la profunda melancolía de la que hablas.
ResponderEliminarCuando una palabra no merece un pensamiento, es casi un deber moral darle la espalda. A veces es muy difícil distinguir, es como si todo estuviese lleno de atractivas trampas. No sé. Yo no me considero a salvo (y quizá ahí esté la única posibilidad de salvación).
Un beso.
Genial, Antonio. Es que no puedo ni debo añadir nada más.
ResponderEliminarSolo que...ojalá no sienta la tentación de adulterar la palabra. Que jamás se me ocurra dejarla de tratar con respeto. Y que siempre sepa que no sé nada...que siempre recuerde que me queda tanto por conocer.
Gracias, profesor
Claro que sí, Olga; claro que “todo es como si estuviese lleno de atractivas trampas.” Es más, si prescindimos del “es como si”, queda más cabal. Porque todo está lleno de atractivas trampas. Tan es así que, a veces, hay que desleer para leer rectamente (y no tiene esto que ver con la “deconstrucción” de Derrida; o quizá sí, pero desde postulados diferentes).
ResponderEliminarY, descuide usted, mi querida Doña, en su caso no hay que desleer, sino todo lo contrario.
Gracias y un beso.
¿“Adulterar la palabra” tú, Sunsi…? Imposible, no se dejaría. Cuando se piensa de corazón no son viables ciertas mixturas.
ResponderEliminarGracias a ti y, repito, lo de “profesor” me hace gracia viniendo de una colega.