No quiero ya
las horas diferentes,
los crédulos
relojes, sus promesas
de rotos
paraísos. Odio esas
malditas
dilaciones de las gentes
que cultivan
palabras; las valientes
cobardías de
inventar sorpresas
en hogueras extintas;
las pavesas
de sus
podridos verbos decadentes.
El tiempo es
la costumbre del retorno,
la tristeza
del hombre que no alcanza
más allá del
poco ser que da al abismo.
No quiero ya
las horas de su adorno;
no el
disfraz con que miente su venganza:
el tiempo sólo
se hace de sí mismo.
13 de junio de 2016
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