Habita en el silencio, en los lentos relojes del silencio, por más que nos empeñemos en negarle la luz y la palabra. La podemos rodear de torres entre espurios argumentos, de muros tras sofismas y falacias. La podemos condenar a una eternidad no revisable de mentiras o a la silla eléctrica de los telediarios o a la inyección letal de de las redes monopensantes... Pero un día cualquiera, como un milagro imprevisible, callamos ─todos alguna vez lo hacemos─ y no somos capaces de mantener la voluntad de nuestro ruido ni la complicidad de nuestro escándalo. Es entonces, en ese paréntesis de debilidad , cuando en medio de un indeseado silencio oímos su rumor, que nos derrota. Y las torres y los muros se derrumban y las celdas se abren y se derriten los televisores y las redes se vuelven una pulpa pegajosa y despreciable… Es entonces cuando emerge ella ante el implacable azogue de los espejos del remordimiento.
Hay verdades que sabemos y no queremos saberlas, y las enterramos y demostramos incluso (lo creemos al menos) que no son dignas de que las sepamos. Ella las recoge de nuestro desprecio y las conserva, ella que habita en el silencio, en los lentos relojes del silencio…
Hace años, muchos quizá, la llamábamos conciencia. A día de hoy, hasta su nombre hemos borrado de la luz y la palabra. Pero aún podemos oírla… Si somos capaces de acallar todo este ruido, todo este escándalo.
Será por eso, Antonio, que se le teme tanto al silencio. Y...para hablar con ella y escuchar lo que nos dice no tenemos otra opción que dejar de aturdirnos con el ruido.
ResponderEliminarUn beso
Sin duda, Susi; callar ante nosotros es imprescindible para que lleguemos a oírnos. Este viaje hacia uno mismo se ha valorado muchas veces en filosofía. No así en nuestro tiempo, en que nos hemos rodeado de tanto confusionismo.
ResponderEliminarUn beso