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Palabras por las palabras

 

No las busca uno. No es verdad, aunque así se piense. Son ellas por lo general las que te eligen. En un primer momento, cuando los años se cuentan por distracciones, es cierto que se reservan, que se guardan como cromos intercambiables entre las páginas de los libros. Pero después se absorben, se extienden sobre uno como un manto de sal para impedir que el alma se deshidrate. Se convierten, al cabo, en una retícula inmensa que filtra las soledades en sus noches, que arropa las esperanzas con sus días. Siempre están ahí, al alcance de la mano del silencio. Su lealtad encuadernada resiste los embates más crueles, las advertencias más adversas, la desolación más intratable. Nacieron para cultivar la verdad y la belleza y nos eligieron para que las amáramos. Sin ellas no es posible nada. La pobreza es perderlas por desamor en su trato; la miseria, no haberlas descubierto nunca.

Merecerían ser mujeres porque si nos faltaran, no habría humanidad ni tiempo digno, pero se conforman con ser aliento humilde o modesto garabato.

Maldito sea el que las maltrata y prostituye; maldito el que las niega o las corrompe.

Maldita sea la idea que escupe en su palabra.


Comentarios

  1. La palabra. Hubo un tiempo en que hacían falta treinta años para pedirla en público. Nos dan la dignidad y nos la quitan. Igual que la esperanza o el amor. Cuando a mi padre empezaron a írsele palabras, empezó a morir. Que no nos abandonen, aunque las distanciemos.
    Betty B.

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    Respuestas
    1. Muchas gracias Betty B. A tu padre probablemente no se le fueron las palabras, sólo se le escondieron. Estoy seguro de que se ha reencontrado con ellas. A nosotros, sin embargo, ni nos las quitan ni nos las esconden; simplemente las deforman y envilecen. Eso es bastante peor y mucho más triste.

      Un beso

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  2. Dicen tanto de nosotros cuando las elegimos... Nos dan forma, identidad, revelan, a veces, nuestros más escondidos secretos casi sin advertirlo. Se enroscan en el aire y nos envilecen o exsaltan según la música que escojamos para ellas.
    Tienen un poder casi infinito: arrullan, maltratan, aman, odian...cuando las dejamos libres y también cuando las dejamos encerradas en garabatos impresos.
    Llenas de colores y formas inundan nuestra vida y la hacen humana hasta el final de nuestros días y si no pudiéramos dejarlas salir, ellas incansables, aprenderían un lenguaje diferente que traducirian en gestos sin sonidos.
    Ojalá no nos falten nunca.
    Un beso, Antonio.

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    Respuestas
    1. Pues gracias por tus palabras, Susi. Y no, no creo que ellas nos falten nunca, pero temo que seamos nosotros los que las faltemos. No hay más que oír a nuestra ilustrada clase política para comprender cuánta pobreza las amenaza.

      Un beso

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