No hay nada ya que se piense imposible. Me atrevería incluso a asegurar que nuestro mundo corrige a Hegel; que, en vez de “todo lo real es racional”, proclama envanecido que “todo lo imposible es racional”. Nada hay ya que pueda maravillarnos. La mayor de las mentiras es tan creíble como la más hermosa de las verdades; la atrocidad más brutal, tan real como la bondad más admirada. Es decir, nada hay increíble porque ya nada hay sorprendente; porque lo más vulgar, lo más exótico, lo más cruel, lo más tierno, lo más grandioso, lo más insignificante, lo más estúpido, lo más inteligente… Nada puede sorprendernos. Todo tiene cabida en el inmenso desván de nuestro adocenado aburrimiento. Porque, cuando ya todo es creíble, ya no creemos en nada, nada hay ya capaz de provocar el estupor delicioso que nos permitía proclamar: ¡eso es imposible! Para creer es necesario reservar un territorio a lo que no es posible creer; es decir, un espacio a lo inesperable, unas coordenadas a la admiración, una geometría a la imposibilidad…
Y para saber de verdad es preciso indagar las coordenadas de un sueño, la geometría de un milagro.
Yo era más feliz y más sabio cuando creía lo imposible.
Más sabio no sé si se será, pero más feliz..., eso seguro y es que de esta manera nos quedamos sin esperanza.
ResponderEliminarUn beso
Ésa es la decadente realidad de nuestro tiempo: la desesperanza de la esperanza!
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