.
Las poquitas ganas que le van quedando a uno de casi todas las cosas; la gota de amargor inevitable que no renuncia a caer sobre la piedra de cada día… Y su advertencia, su amenaza de convertirse en desbordada precipitación sobre el punto, antes granítico, de una inútil resistencia. Las horas y las horas, los libros aplazados, los poemas perdidos, la distracción del sentimiento en un recuerdo hermoso, la presunción del alma frente a un deseo no posible…
Llega un momento en que la vida se queda de pie y no puede sentarse, sólo mirar al día siguiente renunciando a su discurso. Y aguantar el temporal. Seguir de pie a pesar de todo. Respirar, a pesar de todo. Hablar, a pesar de todo. Intentar pensar… a pesar de todo. Y en algún rincón, profundo y propio, cultivar un jardín que nadie entiende; que a nadie importa; que no es fundamental ni necesario; que no sabe a qué es debido que haya rosas en otoño; que no puede, sin embargo, evitar que septiembre –octubre casi– huela aún a primavera sobre el acre silencio de las hojas caídas.
.
Las poquitas ganas que le van quedando a uno de casi todas las cosas; la gota de amargor inevitable que no renuncia a caer sobre la piedra de cada día… Y su advertencia, su amenaza de convertirse en desbordada precipitación sobre el punto, antes granítico, de una inútil resistencia. Las horas y las horas, los libros aplazados, los poemas perdidos, la distracción del sentimiento en un recuerdo hermoso, la presunción del alma frente a un deseo no posible…
Llega un momento en que la vida se queda de pie y no puede sentarse, sólo mirar al día siguiente renunciando a su discurso. Y aguantar el temporal. Seguir de pie a pesar de todo. Respirar, a pesar de todo. Hablar, a pesar de todo. Intentar pensar… a pesar de todo. Y en algún rincón, profundo y propio, cultivar un jardín que nadie entiende; que a nadie importa; que no es fundamental ni necesario; que no sabe a qué es debido que haya rosas en otoño; que no puede, sin embargo, evitar que septiembre –octubre casi– huela aún a primavera sobre el acre silencio de las hojas caídas.
.
Siempre tiene uno la sensación de aguantar el temporal. ¿No la has sentido siempre? Siempre es verdad. Pero lo de renunciar al discurso yo creo que es pasajero. Respirar es obedecer y cultivar ese jardín profundo y propio casi también. Lo que haya en él es cosa de cada uno. Nada o rosas en octubre, uvas en abril: asuntos propios, como los días libres:-)
ResponderEliminarUn saludo, Antonio, me alegro de tu vuelta.
Hermoso y existencial preludio de octubre, cuando, como escribía García Baena, el otoño cubre de harapos verdinegros...
ResponderEliminarSaludos.
Sólo por terquedad he escrito esta entrada, Olga, por terquedad y porque no parezca lo que no es debido. Tienes razón en cuanto a los temporales: la vida siempre es aguantar un “temporal”, aunque el tiempo referido tenga en este caso un sentido impropiamente cronológico.
ResponderEliminarGracias siempre.
Cerca de octubre, que es cuando “la noche” se llena “de olores de membrillo”; ya en el otoño que hace llorar a Valle Inclán, al final de su Sonata, “como un dios antiguo que ha perdido su culto”... Es lo que tiene este tiempo.
ResponderEliminarGracias, Antonio, por tu visita.
Estamos obligados, perpetuamente atados a los párpados abiertos.
ResponderEliminarMagnífico y desgarradoramente real.
Un abrazo.
Excelente imagen, Francisco, la de esa ligadura "a los párpados abiertos”.
ResponderEliminarMuchas gracias y un abrazo.
Un jardín encharcado de derrotas,
ResponderEliminarla terca obligación de ser su dueño...
Un texto magistral.
Gracias por sus palabras en mi blog. Su visita me anima a seguir adelante, aunque a veces dude de mi tarea.
Saludos,
Hernán
Muchas gracias, Hernán.
ResponderEliminarLa verdad es que, como ya sabes, soy seguidor y admirador habitual de tu espléndida poesía, aunque no siempre deje comentarios. La “duda” de que hablas sólo puedo entenderla como consecuencia de un alto nivel de exigencia personal; lo que me parece perfecto, siempre que no enturbie la decidida voluntad de derrotarla. Debes buscar, eso sí, “plataformas eficaces” que te abran a más lectores.
Déjate pues de dudas, o haz método de ellas. A Descartes le funcionó: de la incertidumbre pensante de su yo, le salieron Dios y el mundo, ¡ni más ni menos!
Un saludo.
Muy intenso, Antonio. Nuestro destino es resistir, a pesar de todo. Sería una estupidez afirmar que ya vendrán tiempos mejores. Baste con desear que siga viniendo el tiempo y aún nos encuentre con ganas de resistir un poco más, a pesar de todo.
ResponderEliminarCierto, Juan Antonio, y Dios nos libre de bajar la guardia. Siempre queda “el jardín propio”. O eso espero; porque a veces uno mira alrededor y ve demasiados parterres vacíos, demasiados rosales ausentes… No soy pesimista, aunque lo parezca. Sólo me pasa cuando escribo. A diario (imagina tú por qué), “voy de duro” por la vida.
ResponderEliminarGracias por tu visita.