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Sólo vengo a esta calle
por si sucede
que de pronto te cruzas
entre su gente;
¡mira si tengo
aún la ciega esperanza
de ver el cielo!
Sólo vengo por eso:
por si me ocurres,
por si el tiempo se apena
de lo que sufre
un reloj triste
que ha perdido las horas
que tú cumpliste.
Y convoco tus pasos
todas las noches:
sortilegios heridos
y extrañas voces.
Voces extrañas
que te acercas me dicen…
Pero me engañan.
Así, día tras día,
vengo a esta calle
a negar lo que sólo
mi reloj sabe.
¡Ay, quién tuviera
el poder de que el tiempo
se arrepintiera!
(19 febrero 2009)
.
Lleva una lentitud amarga tras los ojos. Él dice que es normal, cosa del tiempo. 'Deuda de los años y de las vulgaridades de la vida –me asegura– que ganan peso en la mirada y gravedad en su paisaje'. Se me pone poético y tópico, esdrújulo de pensamiento: 'envejecer no es más que acercarse a la extrañeza de uno mismo; averiguar la lejanía de los árboles y descubrir la magnitud del arbolado'. Me mira, con cierta burla ahora, y me pregunta si llevo encima algún papel en blanco. Registro los bolsillos y encuentro una cuartilla, casi limpia: tiene escrito en un margen algunos números –un teléfono quizá– que alguna vez quisieron no ser olvido. Se la doy y él, luego de apurar el último renglón de una cerveza, empieza a garabatear –tiene una letra infame– palabras, palabras, palabras…
Sólo vengo a esta calle
por si sucede
que de pronto te cruzas
entre su gente;
¡mira si tengo
aún la ciega esperanza
de ver el cielo!
Sólo vengo por eso:
por si me ocurres,
por si el tiempo se apena
de lo que sufre
un reloj triste
que ha perdido las horas
que tú cumpliste.
Y convoco tus pasos
todas las noches:
sortilegios heridos
y extrañas voces.
Voces extrañas
que te acercas me dicen…
Pero me engañan.
Así, día tras día,
vengo a esta calle
a negar lo que sólo
mi reloj sabe.
¡Ay, quién tuviera
el poder de que el tiempo
se arrepintiera!
(19 febrero 2009)
.
Decididamente este caballero inactual es todo un hallazgo. Memorables especialmente los tres últimos versos. me permito, modestamente, una paráfrasis:
ResponderEliminarTe besé en esta calle,
hermosa y triste;
"Te amaré mientras viva",
eso dijiste.
¡Ay quien tuviera
el poder de que el tiempo
se detuviera!
Saludos admirados por esta nueva entrega de ese tu "alter ego" que nos va dejando sabiduría con cuentagotas. Me quedo con ésta: "envejecer no es más que acercarse a la extrañeza de uno mismo". Un abrazo.
ResponderEliminarQué puedo hacer, si el caballero es mi debilidad. Un tío lejano de "ella", por parte de padre. Qué familiares me van resultando esas ganas suyas de convocar fantasmas. Y esa manía de escribir en los bares. Y esa desubicación temporal.
ResponderEliminarUna sonrisa para él, que siempre se la merece.
Va, otra para usted:-)
Qué buenas seguidillas, Antonio. Tendrías que haber nacido en el Sur.
ResponderEliminaray, cómo me gusta este caballero inactual a mí también, por caballero y ... por "inactual" casi más.
ResponderEliminarUn abrazo y un beso, Antonio
Aurora
En esta pequeña aldea, amigo Juan Antonio, tienes vía libre para todas las paráfrasis que se te antojen. Lo digo egoístamente, por lo que con ellas gano.
ResponderEliminarGracias y un abrazo.
“… y alejarse de aquél que uno se creyó que era.” ¡En ese quehacer estamos!
ResponderEliminarMuchas gracias, Antonio.
Envié tu comentario, Olga, al “desubicado” y me respondió su gratitud con esta copla:
ResponderEliminarA mi escudo nobiliario,
de gules cortado y oro,
la banda de tu sonrisa
le cruza para su adorno.
Besos de ambos.
Nací en la tierra del centro
ResponderEliminary he muerto en muchos lugares.
¡Ésos que se llevan dentro!
Gracias, Octavio.
Y es que el tiempo no tiene
ResponderEliminarmisericordia,
ni le duelen las prendas
de la memoria.
Ay, qué condena,
a él le queda el olvido
y a mí la pena.
Pero tú no te aflijas
por sus desdenes,
porque a veces regresa
la que no puede.
Qué buena estrella,
por la calle vacía
topar con ella.
Caballero que vives
sin las cadenas
del jornal de mañana
y el hoy de fiesta,
sigue cantando,
que el milagro no sabe
dónde ni cuándo.
R.H.
Sí que debe de resultar simpático, sí, a juzgar por lo bien que le tratáis. Pero no te engañes: yo, que le conozco bien (que Azorín me perdone), te diría que de tanto salirse del tiempo, a veces no hay quien lo aguante. ¡Y eso que soy su amigo!
ResponderEliminarGracias, Aurora.
Besos.
Qué doble alegría, Rafael (porque eres Rafael ¿verdad, amigo R. H.?, el defensor socrático con décimas y redondillas). Alegría por tu visita y alegría por su brillante forma, por esas seguidillas que deberían aparecer más arriba, donde la entrada.
ResponderEliminarMuchas gracias y bienvenido.
P.S.: ¿No serás tú otro habitante del XVII?
Antonio, la alegría es para mí, porque viviendo más al oriente de tu centro y de mi sur, puedo a menudo conversar en la lengua de Sócrates, pero echo de menos charlas como ésta en la nuestra. Bien haya la red aunque sólo sea por esto.
ResponderEliminarEn cuanto a las otras coordenadas,
...aunque ya no esté bien visto,
un poco en el diecisiete
y otro poco antes de Cristo.
Rafa H.
Ahora entiendo, amigo Rafa. Y en cuanto a tus orientales coordenadas:
ResponderEliminarAlgo así me suponía
por el fondo y por la forma:
¡buen castellano leía
donde Sócrates ceñía
sus zapatos en tu horma!
Lo dicho: encantado y un saludo.
"Sólo vengo por eso:
ResponderEliminarpor si me ocurres..."
Y me ocurriste detrás del árbol que en mi ceguera trasitoria no había descubierto. Y te acercaste dehilvanando las horas, los minutos, los segundos de un día y el que le precedió y el anterior. Me dijiste que estuviste siempre allí, que fue mi torpeza la que puso en marcha un reloj desacompasado y fugaz.
A veces el tiempo corre hacia ninguna parte; y a veces el tiempo escuentra el tiempo perdido en un instante de lucidez.
Saludos
Me dice “el caballero”, Sunsi, que el tiempo es terco como una mula, que le pusieron una zanahoria en el hocico de la línea “recta” y de ahí no hay quién lo aparte, y que jamás "se arrepiente" de seguir andando. Luego ha añadido con sorna: “te lo digo yo, que estoy al margen de él y puedo verlo de lejos.”
ResponderEliminarBromas aparte, gracias por tu visita y tus palabras.
¿Qué es el tiempo, profesor?... ¿La medida de nuestros cambios? Yo quiero hacer un pulso con él. Mirarle a esa cara sin rostro. ¿Es mi alma, mi cuerpo, todo mi ser el que lo arrastra, el que lo domina, el que lo empuja a mi antojo? ¿O es él que se arremolina, me envuelve y me toma con sus hilos y me navega sin poder optar la ruta de mis pasos? Yo querría plantarle cara. Y decirle : tú eres mío, mi tiempo que camina al compás de lo que te dicta mi pulso y mi impulso.
ResponderEliminarDíselo a tu caballero intemporal...Que, sin un ser que camina, no puede reivindicar nada.
Ya dirás cómo se lo toma. Si se molesta... nos vemos las caras. Que él diga el lugar uy la hora para batirnos en duelo.
Un saludo... también al caballero.
Se lo he dicho, Sunsi, y, por supuesto, no se ha molestado. Sólo se ha puesto sentencioso, que es una vanidad que le ha nacido con los años. Ha engolado un poco la voz y me ha respondido: “De jóvenes, el tiempo es una brújula que orienta la soberbia; en la vejez, el mapa que descubre la humildad.”
ResponderEliminarNo sé si sirve su definición. Por mi parte, veré si un día le dedico una entrada “a esa cara sin rostro” de que hablas.
Un saludo.
Sólo faltaba añadir... qué desfachatez la de ésta que se cree dueña del tiempo...
ResponderEliminarComo decimos por aquí, y tanto que me ha servido.
Muchas gracias y saludos desde Tarraco
De estas vueltas y revueltas con y contra el tiempo es difícil ocuparse sin contradicción. Enemigo cuando corre, pero aún peor cuando se detiene... Su indiferencia se me grabó hace ya algunos años en este soneto, que aún no me ha dejado del todo:
ResponderEliminarHe vuelto a colocar en una silla
las horas del reloj: ya no me siento.
Si el tiempo repta raudo o vuela lento,
si hay que darse al arado o a la trilla,
no se me ocurre ya. Y en esta orilla
que atesora el trabajo y el sustento
voy dejando pasar, triste y contento,
toda ocasión de toda maravilla.
Horas, que antes contaba arena fina,
pasos del sol, andar de peregrino
-desiertos playas, cielos y camino-,
se me dejan morir en hora buena.
Y no hay protagonista en esta escena
que no lo vista luego la rutina.
Y a mayor contradicción había un contrasoneto de tono más alegre, que os ahorro ahora, por ser discreto, haciendo caso a mi paisano (que un necio no sea, el que en hacer dos se emplea...).
R.H.
Nada de desfachatez, Sunsi; es más, a mí me parece que esa definición del “caballero” peca de contradictoria. ¿No hay brillos de soberbia en esa certidumbre aforística con que se refiere al tiempo? ¿No anda él ya entradito en años? ¿No asegura que es con éstos con los que se descubre el mapa de la humildad?... La vanidad es mala compañía. Mucho me temo que el “caballero” presume más de la cuenta. Lo único que pasa es que os cae simpático. ¡Suerte que tiene!
ResponderEliminarNo sé cómo sería el contrasoneto, Rafa, pero el soneto es buenísimo; otro adorno de lujo que regalas generosamente a esta entrada de melancólicas seguidillas.
ResponderEliminarMuchas gracias, de verdad, y un abrazo transmediterráneo.
Yo creo que este "caballero" se ha confundido de calle. Que me llame y quedamos...
ResponderEliminarUn beso
¡Jajaja...! Se lo diré, Veridiana, pero te aseguro (y no es por envidia, ¡qué va!), que es un plasta.
ResponderEliminarBesos.