Miré los muros de la patria mía...
Francisco de Quevedo
Me gustaría escribir sobre el
otoño como hace algunos años escribía. Me gustaría reunir en la palabra los
ocres y los oros de sus árboles, los rojos melancólicos de sus rosas decadentes,
los atardeceres tempranos de sus ciudades y campos. Me gustaría, pero ya no
puedo. Y no puedo porque los trabajos y los días se han embadurnado de tintes
profundamente desagradables. Tanto que pretender adornarlos de estacionales
exquisiteces se me antoja intención bastante inicua. No son tiempos de
lindezas; son tiempos de inexplicables aberraciones y de explicaciones
aberrantes. A veces tengo la sensación de que hoy se vive la fantasía de una
mente enferma, de que somos (de que soy) los extras de una película (malísima,
por cierto) en la que unos descubren el Mediterráneo en el bidé de su adosado y
otros cruzan un Atlántico al que confunden con el charco estancado de sus ideas.
Se leen tantas tonterías a diario en los periódicos, que el único alimento que
al alma le queda es un sándwich mixto de ajena vergüenza y tristeza. De aquélla,
por el ridículo de quien lo exhibe; de ésta, por la pesadumbre gástrica de
quien lo ingiere.
La Historia, como la biografía de
cada cual, tiene la mala costumbre de ser pasado. Existencialmente hablando, el
pasado es un anciano incorregible; tal vez, no por su voluntad, sino como
irrefutable condición de la libertad que tanto le pesa. Lo único que no podemos
rectificar es lo ya que hemos sido. Si pudiéramos hacerlo, no seríamos los que
somos. De encontrarnos en tal caso con nosotros, no nos reconoceríamos ni en
broma. Sobra decir que si tal rectificación la extendiéramos a cualquier
momento de la Historia, no sólo ésta sería irreconocible para sí misma, sino
que cualquiera de nosotros, probablemente, no habría llegado a existir. Y si la
particular fórmula genética que nos define se hubiera dado a pesar de todo, la
inédita circunstancia en que nos encontraríamos habría configurado un yo tan irreconciliable
con el nosotros de hoy como el de esa Historia consigo misma. No es necesario
invocar el "efecto mariposa" o la "teoría del caos" para
entenderlo, basta pensar que si Julio
César no hubiera sido asesinado cuando lo fue, o Colón descubierto América
cuando lo hizo, nada de lo que hoy sucede tendría que ver con lo que en tal
caso sucedería. ¿Sería mejor? ¿Sería peor?... ¡Qué más da! El pasado (la
Historia, la biografía) es (debe ser) razón de aprendizaje para el hombre, no
pretexto de oportunismos políticos ni ocasión de acomodaticias justificaciones
axiológicas. A esto último, la psicología lo diagnostica como neurosis. A lo
primero, los únicos diagnósticos que a mí se me ocurren son alienación y
cobardía.
...¡Cuánta pena me da este otoño
del hombre ante sí mismo!
Sabes, Antonio, nos creemos la especie inteligente del planeta -y... en verdad que los somos- con respecto a otras especies, y lo somos por razones obvias que no me voy a poner enumerar pues todos las conocemos. Lo único en lo que quizás no pensamos muy a menudo o quizás nunca y supongo que por razones de soberbia, es que a pesar de ser los seres más inteligentes del planeta,nuestra capacidad intelectual es muy limitada. Además de ser muy poco solidarios, poco críticos, poco pensadores y un largo etc.
ResponderEliminarHay quien cree profundamente en la capacidad intelectual del ser humano y a mí, a mí, siempre me ha parecido un pobre soñador en la mejor de los casos y un despiadado y cruel en lo peor.
Siempre me decepciona. Una y otra vez, continuamente, a pesar de que sueño en que algún día podamos cambiar.
Un beso amigo
Querida Susi, yo, a estas alturas de la película, no es que sea escéptico, es que estoy convencido de que el hombre no cambiará nunca. La Historia, la larga Historia, está, como digo, para su aprendizaje. Y lo cierto es que no hemos aprendido nada. Por otra parte, no estoy de acuerdo con la relación que estableces entre capacidad intelectual e inteligencia. Más bien pienso que es al revés. "Intelectualmente" somos muy, pero que muy capaces. La prueba está en la habilidad que tenemos para repetir "ideas" con adornos tales que parecen "deliciosamente nuevas". Nuestra inteligencia ("intus legere"), sin embargo, deja mucho que desear. Nadie parece ser capaz de "leer en el interior" de lo que deberíamos haber aprendido de la Historia.
ResponderEliminarUn beso junto a mi agradecimiento por tu visita y comentario.
Corren malos tiempos para la Historia. Lo mejor sería poder escenificar, como Charles Laughton en "Esta tierra es mía", aquella secuencia en la que el profesor se despedía de sus alumnos, antes de que le arrestaran, y les hacía arrancar, a los niños de la escuela, sucesivas páginas del libro de Historia. Mejor ese gesto adusto, que el mercadeo con sus páginas. Un beso
ResponderEliminarP. D.:¡Qué bien que retornas en otoño!, que a pesar de todo, contribuye a serenar el alma
El otoño, sin duda, querida Loli, "contribuye a serenar el alma". Para desquiciarla ya estamos nosotros. ¡Somos especialistas!
ResponderEliminarGracias y un beso.