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Mostrando entradas de 2020

Campanadas y soledades

  Se fue con un sabor amargo entre los labios. Se fue sin palabras ni besos. Se fue   con un inexplicable alejamiento de todo lo que era. Sin los suyos, sin el humilde plural de los que amaba. Confuso, abandonado, inerme… Se fue como los otros, los muchos que advirtió la última vez que pudo abrir los ojos, los convocados por un maldito azar de diabólicos puñales que reventaba los pulmones e implacablemente los asfixiaba. Murió como murieron todos, cercado por la soledad y a traición de los relojes con los que aún creía que podía contar. Le quedan pocas horas a este año maldito, este año que arrinconó nuestras razones contra nuestro desconcierto y nos puso cara a cara con la muerte en su dimensión más amarga. Porque morir no es lo peor que puede pasarnos, lo peor es la forma de morirnos. La soledad, la lejanía, el apartamiento de quienes quieres, de quienes más quieres, de tus hijos, de tus nietos; la negación de una última palabra, de un beso, de una caricia; la insufrible certeza de

El príncipe y el monstruo

  “Entra rápidamente Calígula. CALÍGULA.- Perdonad, pero los asuntos de Estado son urgentes. ( Al Intendente ) Intendente, harás cerrar los graneros públicos. Acabo de firmar el decreto. Lo encontrarás en la cámara. EL INTENDENTE.- Pero... CALÍGULA.- Mañana habrá hambre. EL INTENDENTE.- Pero el pueblo va a protestar. CALÍGULA ( con fuerza y precisión ).- Digo que habrá hambre mañana. Todo el mundo conoce el hambre, es una calamidad. Mañana habrá calamidad... y detendré la calamidad cuando me plazca…”   El fragmento pertenece al Acto II de Calígula, la inolvidable pieza teatral de Camus. Cayo César, como también se le llamaba, es uno de los emperadores romanos en que la arbitrariedad del poder alcanza los niveles más inimaginables. Suetonio, en Vida de los doce césares, hace una pormenorizada exposición de los actos terribles de este Calígula al que llama “monstruo”. Previamente, sin embargo, ha referido el mismo historiador las acciones del Calígula “príncipe” que parece

Entre la posverdad y la preverdad

  Veritas? Quid est veritas? Se preguntaba escéptico o irónico Pilatos en su inesperado encuentro con la Trascendencia…   Nosotros ya no nos hacemos preguntas de ese calado, ni siquiera escéptica o irónicamente. Tal vez porque la Trascendencia ha perdido el interés por nuestra insignificancia o quizá porque hemos adulterado tanto la verdad que somos incapaces de curiosear en sus profundidades. Por lo pronto, de un tiempo a esta parte, la hemos escoltado de compañeras bastardas, muy poco recomendables y aventajadas discípulas del confusionismo y la mentira. Primero fue la posverdad que llegó a adquirir galones semánticos y pudo figurar en el diccionario de la RAE. Por ahí anda ahora una callejera ─todavía─ y no menos repugnante preverdad haciendo méritos para colonizar nuestro vocabulario y, lo que es peor, nuestro pensamiento. De la primera, ya sabemos que, como dice el DRAE, es deliberada distorsión de realidades y manipulación de creencias, esto es, magisterio de demagogos, com

El imperativo categórico, la pandemia y la lejanía moral

  La formulación, en mi opinión más elegante, del imperativo categóríco kantiano aparece en la Fundamentación de la Metafísica de las costumbres y dice así: obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca solamente como un medio. No creo yo que un acto que merezca el aplauso de la recta moralidad pueda apartarse ni un ápice de esa idea de la humanidad como fin   único del mismo. Y no se trata de moralinas o buenismos ortopédicos, esos artificios morales que tantos se calzan para caminar por encima de la basura que ellos mismos unas veces provocan, otras consienten y las más instrumentalizan para sus impresentables ambiciones. Por otra parte, cualquier concepción del ser humano pensada con mayúsculas (soy consciente de que en estos días hay punteras personalidades a las que esto les resulta imposible) es moralmente incompatible con las ideas de medio o instrumento, es decir, con su cosificación. Queda

Delirios decadentes de un viejo platónico

Un día te levantas y descubres que el alma cojea, que apoya el pie sutil en un vacío y pierde el equilibrio porque no encuentra el cuerpo donde habita. Y se tropieza. Y cae entre los muebles de siempre, que siguen donde siempre con esa parmenídea vocación de ser refugio de las sombras. Porque las sombras se quedan pegadas a las cosas, no se mueven jamás de donde estaban, no acumulan paisajes ni aventuras nuevos; ni sucesos comunes o infrecuentes, distintos de sí mismos. Son sólo testimonio imperturbable de un ayer irreal en el que fuimos –quién sabe– un poco más felices de lo que hoy nos pensamos.   Un día, mientras el alma va dando tumbos entre las cosas, que son como el disco duro de nuestras vidas, te das cuenta de que el cuerpo no está ya donde ayer lo dejaste, que en su lugar hay una caricatura tuya, ajada y derrumbada, sin brillo ni vigor, sin carnal entusiasmo. Una carcasa estrecha o ancha que se ajusta en modo horrible a las ideas que de ti te quedan. Algunos se rebelan enton

Bajorrelieves del silencio

De un tiempo a esta parte tengo ganas de muy pocas cosas. O de cosas muy simples, de cosas muy-poca-cosa . Cosas que no he advertido casi, que fueron y, tal vez, no me di cuenta.   Tonterías quizá; humildes alegrías o modestas tristezas. Sonidos que vibraron en lejanos rincones un día que no sé cómo pudo enterrarse en tanto olvido.   De un tiempo a esta parte me cansan las palabras, las errantes palabras que van de boca en boca y dejan mal aliento. Y embrutecen audiencias y trafican con sueños inocentes que venden luego al diablo.   Me apetece hablar conmigo sin embargo. A solas, claro está, a solas y apartado; no a voces con el mundo, rodeado de gente.   Me apetece leer los jeroglíficos de los bajorrelieves del silencio y estudiar la arqueología de las almas, la ruina de sus triunfos y sus glorias, de un tiempo a esta parte mientras todo es lo mismo: lo que pasa y me cuentan, lo que es y detesto; la falaz corrección de los imbéciles…

El pequeño plural

  Qué rara sensación   vivir tan cerca de dejar de vivir y no importarme, ni querer apremiarlo o entorpecerlo, ni desear que ocurra o que se impida. Qué raro así vivir, con todo ya camino de su nunca, sin mi gente, que ya sólo en los álbumes habita, sin las calles aquellas, sin aquellas palabras que ordenaban el destino y las horas amables... Ya no acampan los sueños en mis noches, ni en mis días las vigilias fabulan horizontes. Todo parece ya que está cumplido, que no hay después que aliente al viejo ahora ni hazaña que cumplir. No queda tiempo. Qué rara sensación seguir paseando con esta indiferencia por las calles que fueron de mi gente, repitiendo   los verbos que aprendiera de sus labios, sin importarme ya que nada sea o deje ya de ser… Y, sin embargo, aborrecer tener que así perderos, mi   pequeño plural, que aún tanto amo.   30 agosto 2020     Foto original de Alex Carrillo

La tristeza avergonzada

  De las muchas tristezas que hasta ahora han traído estos pandémicos meses, no es la menor para mí la invocación a los “chamanes de la tribu” (léase influencer ) con que se pretende concienciar a los más jóvenes ante su presunta indiferencia por nuestros presentes males. Lo he visto y oído hacerse y decirse, con total impunidad y sin ningún pudor, a altos cargos, a medianos cargos, a portavoces de unos y otros, a colaboradores psicologizados y psicólogos “colaborizados”, a presentadores de telediarios, etc., etc. Todos remitiéndose a los datos sobre el significativo descenso en la edad promedio de los contagios. Treinta y ocho años son las últimas cifras al respecto, y se arguye que seguirán bajando. La avergonzada tristeza surge porque la hipótesis que ampara el recurso a esas personas, de tan granada influencia, es que a los más jóvenes no les ha llegado el mensaje con claridad ni han entendido el drama terrible de las cuarenta mil muertes habidas entre la soledad más cruel y la más

La admiración y el desprecio

  …el doctor Rieux decidió redactar la narración que aquí termina, por no ser de los que se callan, para testimoniar en favor de los apestados, para dejar por lo menos un recuerdo de la injusticia y de la violencia que les había sido hecha y para decir simplemente algo que se aprende en medio de las plagas: que hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio . Es un final optimista. Esperanzador, al menos. Aparece en la última página de La peste. Durante nuestro confinamiento pasado circuló por las redes otra cita, falsamente atribuida a Camus y a la misma obra, que decía, precisamente, todo lo contrario: Lo peor de la peste no es que mata los cuerpos, sino que desnuda las almas y ese espectáculo suele ser horroroso. Lo gracioso del caso es que, en aquellos momentos, el texto que debería haber circulado es el que recojo primero; porque entonces, en aquellos días de silencio y melancolía por las calles, había gente, ancianos sobre todo, muriéndose a borbotones en l

Recordando "Mística Coslada"

Hoy he estado haciendo pruebas para ver si controlaba aún la subida de vídeos y de audios. No tiene esto pues mayor importancia, menos aún si consideramos el natural escenario de vanos y ausencias. Se trata de un soneto perteneciente a la etiqueta En Coslada del año 2009.

Mirando el cielo

Mira el cielo una noche como ésta. Resta a su luminosa cicatriz la oscuridad y cuenta las estrellas hasta el agotamiento de los números. Invéntate un cometa o un sueño extraño que pueda proceder de cualquier parte que esté de ti muy lejos, de tan lejos que traiga en su equipaje dulces cartas de mundos que no existen, de paisajes que sólo el corazón visita a veces porque reina la paz sobre su nada. No pienses en los días que sufriste el cuchillo que vino por la espalda, ni en los horas de amor que te robaron enemigos oscuros; ni en la ira…   Mira el cielo una noche como ésta negra y brillante en luz cicatrizada, como si fuera el último homenaje de la vida a tus ojos, de los sueños al loco laberinto de tus lágrimas.   Julio 2020

De la crítica al desprecio

A Isabel la Católica, a Colón, a fray Junípero y a cuantos por sus obras no merecen el aprecio de los corazones más mezquinos.   El verbo criticar es verbo de bicéfala semántica que en su uso más cotidiano ha dejado gravemente ninguneado uno de sus sentidos. Consiste el perjudicado, que es por cierto el primero en el DRAE, en analizar pormenorizadamente algo y valorarlo según los criterios propios de la materia de que se trate ; mientras el otro, el acaparador del sentido para el común de la gente, en hablar mal de alguien o de algo, o señalar un defecto o una tacha suyos . Es evidente que el primero connota mayor esfuerzo que el segundo porque eso de analizar cuidadosamente algo y valorarlo, con arreglo a los criterios que le correspondan,   exige mucho más de nosotros que hablar mal de lo que sea o insultar a quien nos apetezca, que es la versión hiperbólica del otro uso. No obstante, el problema no es ya que se ningunee el primero en favor del segundo, sino que éste a aquél sup

La sonrisa

A mi nieta Irene Tendría que indagar qué geometrías avalan tan perfecta curvatura, qué ecuación de belleza y de ternura la explica entre infantiles alegrías, y ponerme a estudiar filosofías en tu carita sonriente y pura, y no las que nos llenan de amargura con la edad los trabajos y los días. Ya sé que aún no me entiendes. Lo que escribo cruza por tu inocencia entre rumores que no sabes que están en verbo vivo. Ríe siempre como hoy y nunca llores. Nunca tu seriedad; te lo prohíbo… Esa risa es de Dios, aunque lo ignores. 27 junio 2020

En un indeseado silencio

  Habita en el silencio, en los lentos relojes del silencio, por más que nos empeñemos en negarle la luz y la palabra. La podemos rodear de torres entre espurios argumentos, de muros tras sofismas y falacias. La podemos condenar a una eternidad no revisable de mentiras o a la silla eléctrica de los telediarios o a la inyección letal de de las redes monopensantes... Pero un día cualquiera, como un milagro imprevisible, callamos ─ todos alguna vez lo hacemos─ y no somos capaces de mantener la voluntad de nuestro ruido ni la complicidad de nuestro escándalo. Es entonces, en ese paréntesis de debilidad , cuando en medio de un indeseado silencio oímos su rumor, que nos derrota. Y las torres y los muros se derrumban y las celdas se abren y se derriten los televisores y las redes se vuelven una pulpa pegajosa y despreciable… Es entonces cuando emerge ella ante el implacable azogue de los espejos del remordimiento. Hay verdades que sabemos y no queremos saberlas, y las enterramos y demostr

Por una noche

Por una noche, una vida; por un segundo, por un momento. Por un de-repente y nada después de su relámpago, de su descarga imprevista, inesperada, oculta en las palabras.   Por una noche que no tendrá mañana, ni destino ni horizonte.   Por un río de lava nacarada en el roto estallido del deseo.   Por una noche sin más, sin esperanza de su extinto volcán en la memoria.   Por una noche en la cuenta del saldo acumulado de la muerte.   Por una noche de amor… Tan sólo por una noche… vivir y no querer no haber vivido!   6 marzo 2019

Los caminos de las palabras

Me lo envía el Caballero Inactual, de quien hace años nada sabía. A veces las palabras andan por veredas que se cruzan en extraños significados, o discurren con ellos en paralelo destino, o los hacen divergir hacia paisajes contrapuestos. Cuando hablamos, hay que andarse con mucho cuidado con las cosas que se dicen porque en muchas   ocasiones es fácil elegir un camino de trazado amable a nuestro pensamiento que nos hace acabar donde éste no pretendía. Últimamente oímos muchas estupideces, consecuencia de similares distracciones, y cuando las comete alguien que a priori no consideramos estúpido, nos sumen en inquietantes sospechas. ¿Nos estarán tomando el pelo? ¿Son conscientes de que lo que dicen no es así y, por tanto, no se trata de un error sino de una mentira? Y si es una mentira, ¿nos están considerando tontos? Pondré un ejemplo cogido al azar de la prensa del día. Habla el ministro de Sanidad refiriéndose a la manifestación del 8 de marzo pasado: " Esos días s

Ahora que estamos naufragando

Lo escribí hace nueve años y está aquí mismo, colgando del árbol 2011 como una rama de hojas secas en lejano otoño. Por eso lo he querido sacar a esta primavera tan de nadie que nos ha envenenado los cuerpos y, lo que es peor, puede envenenarnos las almas. Dedicado, pues, a todas las soledades que aún nos amenazan. Manual de emergencia para un náufrago Lo primero es mirar el horizonte, plano y azul del mar, y pensar que morir es lo de menos. Lo segundo, alegrarse de ser tú   –y no nadie a quien quieres– el que ha ido a parar en tal estado. Lo tercero, buscar alrededor algo que flote por sí mismo; el trozo de un recuerdo, por ejemplo, que, de puro feliz, no sea sumergible. Lo cuarto, respirar pausadamente; reconocer la vida en cada bocanada de aire aún permitido. Lo quinto, conceder al frío la ignorancia; al cuerpo, en tanto mar, la indiferencia. Lo sexto, disfrazar los brazos de heroísmo y nadar hacia islas que no existen. Lo séptimo, leer la oscurid

Reclusión

En Coslada, Madrid, a veintinueve días de una ciudad en la que aún sueño, mientras abril sobre otras calles llueve por donde sólo van sombras sin dueño. La noche es día, la mañana es tarde: mi ciudad ya no es más que un sinsentido, un tiempo muerto en un reloj cobarde sin hálito en las horas ni latido. En Coslada, Madrid, de vez en cuando imagino lejanos alborotos y niños que regresan correteando de ayeres dulces sin futuros rotos… ¡Y aún sueño esa ciudad cada mañana en Coslada, Madrid, tras mi ventana! Coslada 13 de abril de 2020

Con tanta tristeza

Nunca he visto llover con tanta tristeza. Ya no me atrevo a escribir de pequeñeces. De cosas que parecen haber perdido el derecho a ocupar algún renglón en la esperanza. Se me quitan las ganas de hablar de días como hoy, que han sido lluviosos y algo melancólicos, de los jardines a punto de creerse alquileres de la primavera, del olor inventado de las flores que aún no saben serlo, de los niños que alegran los paisajes y no están, y parecen haber desaparecido tras el improbable flautista de un cuento. ¿Dónde está ese racimo de cosas pequeñas, insignificantes, esas humildades de los días que a fuerza de estar ausentes se nos antojan de pronto imprescindibles? ¿Dónde está el mundo que creímos soñar allende nuestros ojos, al cabo de nuestros oídos, al filo de nuestras manos…? ¿Dónde han ido a parar las formas y los ruidos, los besos, las caricias…? Nunca he visto llover con tanta tristeza como en estos días. Nunca con tanto desamparo… Sobre el jardín solitario y las calles vacía